Hay películas que cuando la ves cuando eres niño te dejan maravillado y crean en tu interior un recuerdo indeleble que perdura con el paso de los años. Normalmente a las personas de mi generación (es decir los nacidos a principios de la década de los 70) las películas que más les han marcado son las pertenecientes a sagas Hollywoodenses como “Star Wars”, “Indiana Jones” o “Regreso al futuro”. En mi caso, no han sido estas películas las que más me impactaron en su momento si no otras realizadas cuarenta años antes. Estoy hablando de “Calle sin salida” (“Dead end” 1937, William Wyler) y “El hombre invisible” (“The invisible man” 1933, James Whale), es precisamente de esta última película de la que voy a hablar en esta ocasión.
Cuando vi por primera vez “El hombre invisible”, tendría unos diez años y la echaron en la sesión de tarde de los sábados en TVE un fin de semana de enero frío y lluvioso, es decir las condiciones ideales para ver una película de este tipo. No creo que haga falta que comente que me quedé maravillado, en especial con los efectos especiales de la película que me tuvieron un par de noches sin dormir, intentando averiguar como los habían realizado (os recuerdo que es una película de 1933). Sin embargo tuve que esperar más de veinte años para tener la oportunidad de volver a verla, cuando se editó en DVD y aunque el impacto no fue el mismo (lógicamente) me sigue pareciendo una maravillosa película de ciencia ficción y terror, con una buena cantidad de toques humorísticos.
El argumento es el siguiente, Jack Griffin (Claude Rains) es un científico que ha encontrado la fórmula de la invisibilidad y la ha experimentado consigo mismo. El problema es que uno de los componentes de dicha fórmula le ha convertido en un ser adicto al poder que su nuevo estado le confiere, llegando a planear convertirse en el amo del mundo. Mientras tanto su novia Flora (Gloria Stuart) está preocupada por su desaparición (nunca mejor dicho) y le pide ayuda a su padre, el también científico Dr. Cranley, y a su ayudante el Dr. Kemp para intentar localizarlo.
Este argumento fue escrito por el guionista Robert Cedric Sheriff a partir de la novela homónima del ya por entonces encumbrado escritor de ciencia ficción H.G. Wells. Anteriormente se habían desestimado unos cuantos borradores entre ellos uno escrito por el posteriormente aclamado guionista y director Preston Sturges, el cual tenía lugar en la Rusia de los Zares. El guión finalmente seleccionado destaca por el respeto y la fidelidad a la novela con que está escrito, dejando satisfecho a un H.G. Wells que ya había tenido anteriormente algún desencuentro con las versiones cinematográficas de alguna de sus novelas. Tal es el caso de “La isla del Doctor Moreau”, cuya versión en los cines se tituló “La isla de las almas perdidas” (“Island of lost souls” 1932, Erle C. Kenton) y fue protagonizada por Charles Laughton y Bela Lugosi, pero que no convenció en absoluto al escritor inglés.
La elección del actor que iba a interpretar al hombre invisible resultó ardua desde el primer momento. En un principio se pensó en Boris Karloff, el cual ya era una estrella tras interpretar al monstruo de Frankenstein y a La momia en ambas películas de la Universal. Sin embargo en aquellos momentos el actor y el estudio habían roto relaciones por el incumplimiento del estudio de aumentar el salario del actor tal y como le habían prometido. Posteriormente se pensó en Colin Clive, quien interpretó al Doctor Frankenstein y era buen amigo del director james Whale, pero al final se cumplieron los deseos de Whale, el cual había pensado desde el principio en Claude Rains para el papel. El estudio, en un principio, lo había rechazado ya que era un actor totalmente desconocido en los Estados Unidos y esta iba a ser su primera película en Hollywood. Al final, la constancia de Whale y la profunda y clara voz del actor (que es realmente lo que hacía falta para el papel) hicieron que Claude Rains comenzara con esta película una larga carrera, que duraría más de treinta años, como actor en Hollywood.
Como anécdota del resto del reparto quiero destacar la presencia de una joven Gloria Stuart haciendo el papel de novia del protagonista y que se haría mundialmente famosa 64 años más tarde al ser nominada al Oscar a la mejor actriz secundaria por su papel en “Titanic” (1997, James Cameron).
La labor del director James Whale es nuevamente fantástica, sin llegar a los niveles de sus dos películas realizadas sobre el Doctor Frankenstein, pero consigue nuevamente crear una atmósfera tenebrosa realmente inquietante, siendo “El hombre invisible” más realista que las otras películas formalmente hablando, tanto estética como argumentalmente. No obstante tanto esta película como “El doctor Frankenstein” tienen la misma estructura argumental, es decir, en ambas nos hablan de un científico que busca con todo su empeño romper las reglas establecidas en su modalidad y que al conseguirlo debe pagar un precio muy alto por ello. Así mismo,en ambas películas el protagonista tiene una novia que se preocupa por el estado físico y mental a que le lleva su trabajo. Igualmente en ambas cintas hay un mentor del protagonista que intenta apartarle de sus experimentos y, finalmente, existe en las dos otro hombre enamorado de la novia del protagonista.
He dejado para el final el tema de los efectos especiales para darle un tratamiento especial. El trabajo realizado en esta película por el encargado de los efectos especiales de la Universal John P. Fulton es algo excepcional y que sigue dando que hablar ochenta años después de su realización. Para crear el efecto de invisibilidad del protagonista se recurrió al uso de sobreimpresiones de una forma muy especial, para explicarlo vamos a reproducir unas declaraciones del propio Fulton realizadas a una revista de cine americana:
“Las escenas en que nuestro hombre estaba parcialmente vestido, y el resto del cuerpo resultaba invisible presentaron más de un problema. No se podía usar la técnica de los alambres porque las prendas parecían vacías y era imposible que se movieran con naturalidad. De manera que tuvimos que recurrir a las sobreimpresiones múltiples, con variaciones. En la mayoría de las escenas participaban otros personajes, de manera que fotografiamos esas escenas de manera normal, pero sin rastro alguno del hombre invisible. Toda la acción, por supuesto, tenía que estar cuidadosamente cronometrada, como en cualquier tipo de trabajo con doble exposición. Este negativo se revelaba después de manera normal. A continuación entraban en acción los procedimientos especiales. Utilizamos un plató completamente negro: paredes y suelo cubiertos de terciopelo negro para que la luz no se reflejara. El actor iba enfundado de pies a cabeza en mallas de terciopelo negro, guantes negros y un cubrecabeza muy semejante al casco de un motorista. Encima se ponía las prendas que exigiera la escena. Esto nos daba una imagen de ropa que se movía sin soporte visible en un campo completamente negro. La positivábamos y hacíamos un duplicado del negativo que a continuación intensificábamos. Luego, con una copiadora ordinaria, preparábamos la imagen compuesta: primero hacíamos una copia del positivo del fondo y de la acción normal, utilizando el negativo intensificado para ocultar la zona donde iba a moverse la ropa de nuestro hombre invisible. Luego repetíamos el proceso, utilizando el positivo intensificado para proteger la zona ya impresionada, e incorporando esta vez las prendas en movimiento de nuestro negativo trucado. Con esta operación conseguíamos el negativo compuesto, que ya se podía utilizar para conseguir la copia maestra final”.
Existe ediciones domésticas de esta obra, tanto en formato DVD como en formato Blu-Ray en las que se incluye un documental muy interesante en el que explican de forma visual el proceso de creación de los efectos especiales.
En definitiva, se trata de una película que ochenta años después de su realización sigue fascinando gracias a todas las cualidades técnicas y artísticas que posee y que creó otro icono del siglo XX en la figura del hombre invisible.
Gabriel Menéndez Piñera
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