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El hombre invisible (2020)

invisible cartel 2

Hace tres años Universal Studios inició un nuevo reboot de sus monstruos clásicos con aquel despropósito que fue “La momia” (“The mummy” 2017, Alex Kurtzmna). Por ello el estreno hace unos días de una nueva versión de “El hombre invisible” (“The invisible man” 1933, James Whale), una de mis películas favoritas de mi niñez, hizo que mi ceja se elevara por encima de lo acostumbrado. No obstante, las buenas críticas recibidas (y la ausencia de buenas películas en la cartelera) hicieron que me arriesgara a su visionado en pantalla grande. Una vez vista, tengo que decir que Leigh Whannell consigue una actualización muy notable del personaje, a pesar de un final que no está, ni de lejos,  a la altura del resto de la película.

Cecilia (Elizabeth Moss) huye de la casa de su pareja Adrian (Oliver Jackson-Cohen) un millonario experto en óptica, ególatra, posesivo y maltratador. Un tiempo después, mientras intenta recuperarse del trauma por la experiencia sufrida, se le notifica que Adrian se ha suicidado y que es la destinataria de una buena parte de la herencia. Sin embargo, Cecilia empieza a notar una presencia junto a ella, que identifica como su ex-pareja.

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Empezaré diciendo que esta nueva versión de “El hombre invisible” tiene un problema de base, que no existe ni en la novela publicada en 1897, ni en el film original de 1933. Mucho del suspense se pierde irremediablemente, ya que el espectador sabe desde el principio que Adrian no está muerto y que él va a ser el hombre invisible al que se refiere el título de la película. Por ello el director Leigh Whannell incide en crear escenas de tensión creciente, algunas de las cuales no llevan a ningún suceso, para crear la suficiente confusión en el espectador y éste no se sienta cómodo en ningún momento durante el visionado.

La actualización del personaje le lleva a reducir sus ambiciones de conquistar el mundo, a algo más simple, pero no menos cruel, reducir a su pareja a una posesión más de las muchas de las que dispone. Me parece un acierto considerable a la hora de concienciar al espectador de un problema presente en todo el mundo y del que no se habla lo suficiente, como es el de las relaciones tóxicas, las cuales pueden sufrir personas de ambos sexos.

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Leigh Whannell construye un relato de terror psicológico, en el que un simple movimiento de cámara a una habitación vacía (o no) crea inquietud en el espectador, el cual (al igual que la protagonista), nunca sabe a ciencia cierta si el hombre invisible se encuentra lo suficientemente cerca como para suponer una amenaza física.

El guión, escrito por el propio director basándose muy vagamente en la novela de H. G. Welss, está muy bien estructurado, creando una tensión creciente en el personaje principal, la cual se transmite fácilmente al espectador. Sin embargo, la típica doble pirueta con salto mortal con la que siempre quieren acabar los norteamericanos las películas de misterio o terror echa por tierra gran parte de las bondades de la historia.

Elizabeth Moss lleva en sus espaldas gran parte del peso de la película, ya que ésta se estructura a través del punto de vista del personaje que interpreta. Su labor, como nos tiene acostumbrado, es notable a la hora de interpretar a este personaje traumatizado, asustado hasta el infinito, pero con mucha fuerza en su interior. Por el contrario, la labor de Aldis Hodge como el policía y amigo de Cecilia, el cual la acoge en su casa junto a su hija adolescente, es más bien mediocre, más propio de una serie de televisión de bajo presupuesto, que de una producción de este calibre.

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Leigh Whannell, no se olvida de la película original, a la que rinde un somero homenaje al mostrar a una persona en el hospital con la cara envuelta en vendas. Podéis leer mi crítica de la versión origina en el siguiente enlace: https://historiasdelceluloide.elcomercio.es/2013/08/el-hombre-invisible.html. Además hay también un homenaje a  “Vértigo (De entre los muestros)” (1958, Alfred Hitchcock), reflejado en el peinado que lleva Cecilia en una de las primeras escenas, el cual es idéntico al que llevaba Kin Novak en la obra maestra del genio británico.

En definitiva, una buena puesta al día del mítico personaje de terror de la Universal, que espero que no caiga en saco roto y, en el caso de que se decidan a actualizar el resto de monstruos clásicos, sigan por esta línea, alejada de la comercialidad y cercana a un cine de calidad. Acérquense a su cine más próximo y dejen que este personaje con más de 120 años a sus espaldas siga haciendo su labor, que no es otra que darles algún que otro susto.

Gabriel Menéndez Piñera

 

 

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