Hay pocas cosas que me gusten más en esta vida que ir al cine, presenciar en la oscuridad de una sala junto con un grupo de personas, un film que, con el tiempo o quizás al día siguiente, considere una obra de arte es una sensación inigualable. Si la película está rodada en celuloide de 70 mm de ancho el goce es aún mayor, las texturas que una buena fotografía en ese formato consigue crear en una pantalla de cine son inigualables y dejan al práctico formato digital a la altura del barro.
La octava película del siempre peculiar Quentin Tarantino titulada, un poco caprichosamente, “Los odiosos ocho” (“The hateful eight” 2015) convierte mi interior durante su visionado en toda una lucha entre amor y odio...
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