Hay pocas cosas que me gusten más en esta vida que ir al cine, presenciar en la oscuridad de una sala junto con un grupo de personas, un film que, con el tiempo o quizás al día siguiente, considere una obra de arte es una sensación inigualable. Si la película está rodada en celuloide de 70 mm de ancho el goce es aún mayor, las texturas que una buena fotografía en ese formato consigue crear en una pantalla de cine son inigualables y dejan al práctico formato digital a la altura del barro.
La octava película del siempre peculiar Quentin Tarantino titulada, un poco caprichosamente, “Los odiosos ocho” (“The hateful eight” 2015) convierte mi interior durante su visionado en toda una lucha entre amor y odio. Amor por el talento innegable de Tarantino para crear personajes, situaciones y diálogos impactantes, así mismo aplaudo su valentía en usar el formato de 70 mm el cual visto en pantalla grande (traspasado a un reproductor digital, es lo que hay) crea unas imágenes imborrables en mi cerebro y me maravillo por su puesta en escena y su creatividad como director. Sin embargo, me molesta como convierte un film impecable en su primera hora y media en una vorágine de mal gusto, sangre innecesaria y casquería de todo tipo, en su tramo final. Así mismo me pregunto si tanto mezclar géneros lleva a alguna parte a este film, que me deja tras verlo la sensación de que no me han contado nada en casi tres horas de metraje.
El argumento es el siguiente: una diligencia traslada por una paisaje nevado al cazarrecompensas John Ruth (Kurt Russell) junto con su prisionera Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh), por el camino recogen a otro cazarrecompensas, Marquis Warreen (Samuel L. Jackson) y al futuro Sheriff de Red Rock, el pueblo más cercano (Walton Goggins). Al verse acechados por una tormenta de nieve deciden refugiarse en la mercería de Minnie, una posada en medio de ninguna parte. Allí se encuentran con los pasajeros de otra diligencia que han tomado la misma decisión que ellos. Ellos son Oswaldo Morbay (Tim Roth), verdugo que también se dirige a Red Rock, Joe Gage (Michael Madsen), un vaquero y el general sureño Sanford Smithers (Bruce Dern) que va en busca de su hijo del que no tiene noticias desde hace mucho tiempo. Poco a poco estos compañeros a la fuerza descubrirán que entre ellos existen lazos que los unen desde hace tiempo.
El film está trufado de detalles maravillosos, empezando por una escena de créditos iniciales que pone los pelos de punta y nos remite al cine de terror de los 70. A partir de ahí y hasta la llegada de los personajes a la posada, me maravillo con los planos de la diligencia entre la nieve y sonrío con la carta de Lincoln (no puedo decir más al respecto). Posteriormente, cuando todo sucede entre cuatro paredes me enamoro de un decorado en el que se filtra la nieve por entre los maderos del techo y en el que todo está colocado en su sitio justo (quizás demasiado bien organizado el limitado espacio).
El guión firmado como siempre por el propio Tarantino contiene los diálogos marca de la casa del director, aunque en este caso se echa de menos algo de la brillantez de sus anteriores trabajos en este aspecto. La historia es bastante sencilla y, si no fuera por la gran cantidad de personajes que confluyen, podría resumirse en unas pocas lineas, algo muy poco habitual en este director. Lo que no falta es la narración no lineal aunque en este caso no haya tantos saltos temporales como en otras ocasiones.
El plantel de actores masculinos realiza un trabajo destacable, algo que Tarantino sabe exprimir muy bien, ya que sus diálogos están más orientados a ser dichos por personajes del llamado sexo fuerte. Sin embargo, en esta ocasión si un intérprete destaca (y mucho) sobre el resto es Jennifer Jason Leigh, la cual se suma a la larga lista de actores y actrices que deberían tener una estatua del director norteamericano en su jardín. La labor de la ya veterana actriz hace empequeñecer a sus compañeros de reparto hasta llegar a parecer que ella es la única que aparece en la pantalla.
Como ya comenté al inicio, la labor como director en este film es fabulosa. El uso de las grúas es constante, tanto en las tomas en exteriores como las que se suceden dentro de la posada, aprovechando el mínimo espacio posible y creando una gran sensación de profundidad en cada toma. Es quizás su mejor trabajo a nivel técnico, tanto por su uso de las cámaras como por la puesta en escena, aunque siempre echaré de menos no haber aprovechado el formato en 70 mm para haber hecho más tomas exteriores de esos maravillosos paisajes nevados.
Por otro lado, el film se nos muestra como un batiburrillo de géneros: western, terror, gore, drama teatral, thriller de tal forma que uno no sabe en un momento dado lo que está viendo. En determinados momentos parece que va a aparecer Hercules Poirot por la puerta de la posada para resolver el misterio, otras veces que saldrá un alien del vientre de uno de los vaqueros y se los comerá a todos. Llegué a pensar que quizás estaría a cargo de la posada un deformado Boris Karloff como el de “El caserón de las sombras” (“The old dark house” 1932, James Whale) o que quizás alguno de los personajes acabase cocinándose una bota y comiéndosela. En mi opinión tanta mezcolanza resta más que suma a un film al que le falta centrarse en una historia concreta y que peca de vacuidad argumental.
Respecto a la música del maestro Ennio Morricone, resulta sorprendente en un inicio, pero poco a poco acabas disfrutando de una composición que recuerda más a la de una película de terror que a la de un western al uso. Lo que es seguro es que es una música que no dejará indiferente a nadie.
Para finalizar, sólo puedo decir que se trata de un film muy entretenido, con una gran calidad técnica, al que le sobran cosas y le faltan otras para ser considerado una obra mayor. Lo que no debo dejar de hacer es recomendar fervientemente verlo en una pantalla de cine, será de las pocas ocasiones que vamos a tener en un futuro de ver una película rodada en celuloide de 70 mm.
Gabriel Menéndez Piñera
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