Que el hombre es un lobo para el hombre es algo de todos conocido y muestras de ello hemos tenido (y seguimos teniendo) a lo largo de la historia. Aún así dentro de la crueldad entre humanos se pueden hacer distinciones especiales y la esclavitud es una de ellas, ya que no es lo mismo matar o torturar a alguien por defender a tu país, a tus ideas (equivocadas o no) o a tu familia que matar o torturar a tus semejantes únicamente para sacar un provecho económico de ello. Y eso es precisamente lo que sucedía en los Estados Unidos en el Siglo XIX y que esta película (basada en un hecho real) nos muestra de una forma realista y poética al mismo tiempo.
La acción de “12 años de esclavitud” (“12 years a slave”, 2013), película coproducida por Gran Bretaña y Estados Unidos, transcurre en 1830 y nos cuenta la historia de Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor), un ciudadano norteamericano libre de raza negra que vive junto con su mujer y sus dos hijos pequeños en el estado de Nueva York. Sin embargo, tras ser engañado por dos hombres blancos acaba secuestrado y vendido como esclavo para trabajar en las plantaciones del sur estadounidense.
Lo primero que llama la atención del espectador es el realismo de la película, en la que el sufrimiiento de la gente de color (en especial de las mujeres) es tratado con verosimilitud y sin caer en la sensiblería. Se trata de una película no apta para espectadores especialmente sensibles ya que la dureza de algunas de sus imágenes puede impactar a los mismos. Sin embargo el director Steve McQueen logra darle una capa de belleza al film a pesar de hablar de algo tan miserable y tan deleznable como es la esclavitud humana.
Otro aspecto a resaltar es el gran trabajo de todos los actores y actrices que aparecen en la película, destacando especialmete el duelo entre Chiwetel Ejiofor y Michael Fassbender (que da vida a Edwin Epps un cruel propietario de esclavos). Los enfrentamientos entre estos dos actores son memorables, saltando chispas de los ojos de ambos cuando se cruzan sus miradas. A ellos hay que añadir el excelente trabajo de los actores secundarios: Benedict Cumberbach (Ford, el propietario compasivo), Paul Dano (Tibeats, el salvaje jefe de carpinteros), Paul Giamatti (Frreman, el comerciante de esclavos), Lupita Nyong’o (Patsey, otra esclava compañera de Solomon Northup) y Brad Pitt, que como productor del film se reservó un pequeño pero muy agradecido papel en el mismo.
El guión está escrito por John Ridley a partir del libro que el mismo Solomon Northup escribió hace más de 150 años. En el mismo, como ya dije, no se escatiman detalles acerca del miedo y del sufrimiento de la raza negra estadounidense, pero además en el caso de Northup el dolor era más intenso ya que él había sido libre y su mujer y sus hijos desconocían por completo por qué había desaparecido de sus vidas. Ello implica que el espectador enseguida conecta con el personaje principal, sufre con él, se alegra de los pocos momentos de placer que tiene y espera que suceda algo que lo libere de la penosa situación en que se encuentra. Sin embargo, el espectador al igual que los compañeros de Northup no pueden hacer nada por él más que mirar lo que le sucede y desear que vengan tiempos mejores.
El director británico Steve McQueen realiza de nuevo un trabajo excelente, no sólo buscando momentos de belleza dentro de una historia tan triste si no que consigue porvocar en el espectador una gran variedad de sensaciones y sentimientos a lo largo de la trama. Sentimientos que van desde la pena a la culpa pasando por el terror y que consiguen introducir al espectador en la historia de una forma total. El espectador se convierte en testigo involuntario de algo que no desea ver pero que no puede dejar de mirar, se transforma en otro esclavo de la plantación que no puede (o no quiere) hacer nada por ayudar a Solomon y se convierte en un ser pasivo que solo puede observar lo que sucede en la pantalla.
La desesperación que se apodera de estas personas al convertirse en esclavos les lleva a mirar por únicamente por ellos mismos cuando reciben alguna ayuda del exterior, ya que su única obsesión es liberarse de sus cadenas, lo cual queda muy patente en dos escenas de la película. Todos estos aspectos hacen que en algunos momentos parezca que estamos viendo una obra sobre el Holocausto judío en vez de sobre la exclavitud. Sin duda ésto no es algo casual y seguro que el director lo tenía en la mente a la hora de realizar la película. Quien piense que es una exageración le puedo dar un dato difícil de creer pero que es cierto. En la década de 1930, es decir 100 años después de cuando está ambientada la película y muchos años después de haberse abolido la exclavitud por el entonces presidente Lincoln, fueron asesinados más de 3.000 personas de color en los Estados Unidos. No es difícil pensar que esta cifra se multiplicaría muchas veces durante el siglo XIX cuando matar a un esclavo era uno de los derechos de su amo, pero no sólo hay que hablar de muerte por linchamiento, sino que el durísimo trabajo al que eran sometidos y las condiciones infrahumanas en las que vivían se asemejaban mucho a las que sufrieron los judíos en los campos de concentración de la Alemania Nazi.
Esta es la tercera película de su director Steve McQueen tras haberme sorprendido muy gratamente con sus dos anteriores obras: “Hunger” (2008) y “Shame” (2011). En esta ocasión realiza un film más academicista que sus anteriores no obstante no cae en la comercialidad, si no que mantiene su crítica fiera hacia una sociedad mundial enferma y de difícil curación.
La excelente música corre a cargo del compositor Hans Zimmer, la cual es de gran ayuda para crear momentos de una gran tensión durante la película y remarcando los escasos momentos de serenidad de los que disfruta el personaje principal.
En definitiva es una gran película, sin llegar a la categoría de obra maestra, que todo el mundo debería ver y que sin duda se convertirá en una de las grandes favoritas en la próxima temporada de entrega de premios.
Gabriel Menéndez Piñera
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