Que el destino es caprichoso con la vida de las personas es algo de todos sabido, pero cuando estas vueltas de la vida afectan a artistas con mayúsculas, todos nos vemos involucrados por los vericuetos que dichos artistas han tomado en su camino de la vida. Esta sería la principal lectura que podemos sacar de la película “Renoir” (2013, Gilles Bourdos), la cual nos presenta una época muy concreta en la vida de los dos Renoir considerados como genios en sus respectivos ámbitos artísticos, Auguste (el padre) en la pintura y Jean (el hijo) en el cine.
Así la película, que transcurre en 1915 en plena Primera Guerra Mundial, nos muestra a un Auguste Renoir (Michel Bouquet) envejecido y víctima de la artritis reumatoide, el cual reside en su casa de la costa en compañía de su hijo menor Coco (Thomas Doret) y de las criadas que se encargan de cuidarlo. Un día llega hasta allí una joven llamada Andrée (Christa Teret) que se ofrece como modelo para el pintor y que se convertirá en su nueva musa. Al poco tiempo vuelve del frente su segundo hijo Jean (Vincent Rothiers) el cual se enamorará de Andrée iniciando una relación sentimental con ella.
El guión está firmado por el propio director Gilles Bourdos, cuyo mayor acierto es mostrarnos escenas cotidianas de la vida de estos dos genios, pero sin profundizar en muchos aspectos de su relación. En general ambos personajes son tratados de forma muy anodina, no sólo en las frases puestas en su boca, si no también en la forma de expresarlas. Así mismo, los escarceos amorosos entre el joven Jean y la modelo se nos muestran excesivamente fríos y vacíos de sentimiento.
Respecto a los actores únicamente destaca la labor de Michel Bouquet, el cual logra una gran caracterización de Auguste Renoir en sus últimos y dolorosos días. Sin embargo la actuación de los otros dos protagonistas es bastante pobre, siendo especialmente preocupante la falta de carisma de Vincent Rothiers que en ningún momento da la talla encarnando a un joven y apasionado Jean Renoir.
Si hay algo que resaltar en el aspecto técnico es la fotografía de la película, la cual busca recrear los cuadros del pintor mediante el uso de una luz muy clara y diáfana (la luz del verano del sur de Francia) que es la que mostraba Renoir en sus cuadros. De todas formas este recurso no es nada original ya que es algo que se ha usado en la mayoría de las películas realizadas a mayor gloria de un pintor famoso. Un par de ejemplos de esto último lo podemos ver en películas como “Caravaggio” (1985, Derek Jarman) o “La joven de la perla” (“Girl with a pearl earring” 2003, Peter Webber).
El director Gilles Bourdos realiza su trabajo de forma anodina, casi vulgar no aprovechando en ningún momento las posibilidades que dos personajes tan potentes le ofrecen. Unicamente hay un par de escenas en que se puede valorar de forma positiva el trabajo del director tras la cámara, escaso bagaje para una película de casi dos horas de duración. Quizás lo mejor de la película sea al principio de la misma cuando se nos presenta al personaje de Andrée a la que vemos primero en bici por la carretera y posteriormente, al llegar a la casa, la vemos caminando por los terrenos de la misma con esa luz clara y fuerte que impresiona la pantalla de forma directa.
Otra escena que merece la pena disfrutar es cuando casi al final de la película se nos muestra la creación de “Descanso tras el baño”, uno de los últimos cuadros que pintó Renoir en su vida. Es realmente gozoso observar los cuerpos de las protagonistas bañados por la luz clara y diáfana, mientras Auguste intenta conseguir otra obra pictórica excepcional a pesar de las limitaciones que le supone su enfermedad.
Al final lo que queda en la memoria del espectador, tal y como adelanté al principio del análisis, es el hecho de que ambos artistas no tenían pensado dedicarse a las artes por las que se les considera auténticos genios. Así, Auguste era un decorador de platos que tras la aparición de las máquinas que se dedicaban a ello tuvo que reconvertirse en pintor artístico. Por su parte Jean quería seguir siendo ceramista toda su vida, pero entró en el mundo del cine para contentar a su amada modelo Andrée (rebautizada como Catherine Hessling) y con la que hizo sus primeras incursiones en el mundo del cine. Sin embargo Jean, según sus propias palabras, se vería envuelto en el engranaje del mismo y le sería imposible salir de él, lo cual celebramos y mucho todos aquellos que amamos el cine y sus películas.
Por ello, da mucho que pensar que por simples anécdotas vitales se forjaron dos de los grandes artistas franceses de todos los tiempos. Lo que nos lleva también a pensar en todos los grandes artistas que se habrán quedado por el camino por culpa de esos mismos vericuetos del destino. El mismo Jean Renoir podía haber muerto durante la Primer Guerra Mundial, lo que hubiese privado a la humanidad de poder disfrutar de sus maravillosas películas, especialmente de la que, en mi opinión, es una de las mejores películas de la historia del cine “La regla del juego” (“La règle du jeu”, 1939).
En definitiva, se trata de una película que me ha dejado un sabor agridulce ya que, a pesar de narrar una historia que en mi opinión podría ser sumamente interesante, la película en ningún momento llega a tener la calidad artística que se le presuponía. Además, el hecho de estar contando la vida de dos artistas tan enormes no ayuda a la hora de las comparaciones emotivas que supone ver un cuadro de Auguste o una película de Jean, con las que nos ofrece esta película de GIlles Bourdos.
Gabriel Menéndez Piñera
Comentarios recientes