Hay siempre en el cine de los hermanos Coen (especialmente en aquelas películas que parten de una idea original suya) algo que nos resulta cercano, por muy lejano que resulte la historia que nos están contando. Quizás sea ésta una de las claves del éxito de sus películas entre los que amamos el cine, que siempre encontramos algo familiar en sus películas, algo que nos retrotrae a algo que hemos vivido, soñado o imaginado alguna vez durante nuestro periplo vital. “A propósito de LLewyn Davis” (Inside LLewyn Davis, 2013) no es una excepción al respecto, si no que he vuelto a tener esa sensación de cercanía durante el tiempo que pasé en la sala de cine disfrutando de esta pequeña gran película.
El argumento es a la vez muy simple y muy complejo con diversas lecturas posibles respecto a lo que vemos en la pantalla. La línea argumental básica nos habla de LLewyn Davis (Oscar Isaac), un músico folk que malvive en el Nueva York de principios de los 60, cantando en pequeños garitos y durmiendo cada noche en el piso de un amigo o familiar diferente. Una de esas amigas es Jean (Carey Mulligan) antigua relación sentimental de LLewyn y que ahora vive con Jim (Justin Timberlake) y que forma con él un dúo de cantantes de folk.
La película comienza con la interpretación por parte del protagonista de una maravillosa canción que ya nos pone en antecedente de lo que vamos a ver, es decir, una pequeña historia con una gran cantidad de pequeños detalles que la acompañan y salpicada por un grupo de excelentes canciones de música folk interpretadas de forma magistral. Algo que me ha llamado la atención muy positivamente y que agradezco enormemente es el hecho de que todas las canciones de la película son interpretadas en su totalidad, sin cortes en las mismas, algo que ya aviso porque si no te gusta la música en general (y la música folk en particular) la película puede resultar difícil de ver. Si por el contrario te gusta la música (aunque no te guste el folk) es una delicia disfrutar de estas sencillas canciones durante el visionado de la película.
Otro aspecto habitual en el cine de los Coen es la buena labor que consiguen sacar de sus actores y de nuevo en esta ocasión volvemos a disfrutar de un abanico de excelentes trabajos por parte tanto del protagonista Oscar Isaac, como de toda la pléyade de secundarios de entre los que destaco a dos de ellos, a John Goodman, el cual protagoniza una escena absolutamente onírica, como sacada de un sueño (o una pesadilla) y a uno de los actores que más echaba de menos en los últimos años, F. Murray Abraham.
En realidad el personaje principal es un trasunto de Dave Van Rock, músico folk desconocido por el gran público, el cual compartió escenarios con Bob Dylan en sus comienzos, pero que a pesar de intentarlo con todas sus fuerzas, nunca llegó a triunfar. Incluso la portada del disco de LLewyn Davis “Inside LLewyn Davis” que aparece en el film está copiada de la que aparecía en el disco de Dave Van Rock “Inside Dave Van Rock”. El espectador va acompañando a este músico sin suerte durante su continuo viaje a ninguna parte, preveyendo ya de antemano que la suerte de LLewyn, al igual que la de la mayoría de nosotros, está echada desde hace tiempo y nos será imposible cambiar nuestra suerte por mucho que lo intentemos. Esto me lleva a acordarme de otras dos grandes películas sobre perdedores abandonados a su suerte y que sin duda merecen una revisitación. La primera es la excelente “El viaje a ninguna parte” (1986, Fernando Fernán Gómez) que nos retrata la vida de un grupo de cómicos de la posguerra española y sus viajes de pueblo en pueblo de la sierra madrileña. La segunda es la maravillos “Vidas rebeldes” (“The misfits” 1961, John Huston) en la que se nos muestra la vida de unos vaqueros y su lucha por mantener su modo de vida en un mundo que ya no les pertenece.
El director de fotografía Bruno Delbonnel consigue trasladarnos a esos primeros años 60 a través de una luz que se asemeja a la que aparece en las portadas de algunos de los primeros discos de Bob Dylan, especialmente la foto de portada de “The freewheling” (ver foto). Esta puede ser una de las razones de que el film transmita esa cercanía, esa cotidianidad de la que hablaba al principio.
Los directores logran escenas urbanas de enorme belleza, tanto en los exteriores de Nueva York como en los interiores de la misma, escenas que a veces son acompañadas de las excelentes canciones que pueblan la película trasladando al espectador a otra época no demasiado lejana en la que se escuchaban los discos enteros y el mundo iba mucho más despacio, incluso en la ciudad más cosmopolita del mundo. Por ello la cámara, al igual que la historia, se desplaza lentamente buscando con ello que al espectador le de tiempo a asimilar lo que está viendo y oyendo en la pantalla, pudiendo éste a la vez sacar su propia interpretación de lo que le están contando.
A la vez, nos muestran al presonaje protagonista como alguien real, con múltiples caras. Alguien que te deja embelesado mientras lo escuchas cantar, pero que también se comporta como un egoista en determinadas ocasiones, como cualquier persona de la calle y que, sin embargo, también en determinados momentos, se siente tremendamente responsable de los actos cometidos y hace todo lo posible por enmendarlos.
Es difícil ver esta película sin acordarnos de otras obras anteriores de Joel y Ethan Coen, ya que en ella encontramos puntos en común con algunas de sus principales obras como: “Barton Fink” (1991), “Fargo” (1996), “El gran Lebowski” (“The big Lebowski”, 1998), “O brother!” (“O brother where art thou?”, 2000) o “Un tipo serio” (“A serious man”, 2009).
En definitiva, creo que los Coen han vuelto a hacer una gran película (y ya van unas cuantas) introduciéndonos en su mundo personal de perdedores carismáticos, un mundo en el que la mitología se hace moderna y el destino tiene la clave de mucho de lo que sucede en sus películas.
Gabriel Menéndez Piñera
Por fin la pude ver la semana pasada. Una gran película y con una fotografía muy cuidada y al servicio de la historia.
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