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Oh boy

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Hay días que parece que lo mejor hubiese sido no levantarse de la cama. Hay días que todo te sale mal y que nada de lo que intentas conseguir lo puedes controlar. Hay días que son tan surrealistas que parecen un sueño. Estos días nunca los olvidas y te dejan marcado para siempre. Todo ésto y mucho más es lo que nos quiere contar “Oh boy” (2012), película alemana que participó en la sección Rellumes del pasado Festival Internacional de Cne de Gijón y que se estrena hoy 7 de marzo en las salas comerciales.

Niko Fischer (Tom Schilling) es un joven que vive en Berlín sin orden ni concierto. Ha abandonado los estudios universitarios y vive a costa de la pensión que le pasa su padre. Un día se levanta por la mañana y durente las siguientes 24 horas experimentará una serie de sucesos más o menos extraordinarios, sobre los que no tendrá ningún control. Unicamente podrá observar lo que le sucede, como si todo sucediese en un plano físico diferente al suyo, sin poder intervenir en las situaciones a las que se ve abocado, pero  sufriendo las consecuencias negativas que generan  la mayoría de ellas.

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Esta ópera prima del guionista y director Jan Ole Gersten ha sido la gran sorpresa en el cine alemán del año pasado acaparando seis premios en la gala del cine alemán, incluyendo mejor película, director y guión. Así mismo, estuvo nominada a mejor película en los premios del cine Europeo.

Lo primero que destaca en esta divertida película es la excelente fotografía en blanco y negro, gracias a la cual se puede admirar un Berlín actual preciosista, que nos recuerda al que aparecía en las películas alemanas de los años 50 y 60. A ello también ayuda la música que acompaña a buena parte de las imágenes del film, una música compuesta por piezas clásicas de Jazz de esas dos décadas.

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Jan Ole Gersten consigue, en ésta su primera película, crear un estilo propio a base de inspirarse en los grandes maestros del cine urbano neoyorquino. Las influencias de Woody Allen, Jim Jarmusch o Martin Scorsese están muy presentes en esta obra que nos recuerda a una especie de “Jo que noche” (“After hours” 1985, Martin Scorsese) de 24 horas en la que la cámara se deleita mostrando un paisaje urbano a la manera de “Manhattan” (1979, Woody Allen) y cuyos personajes secundarios parecen salidos de la imaginación de Jim Jarmusch.

Lo que más me ha llamado la atención ha sido la constante sensación de que en realidad el personaje principal estaba viviendo una especie de sueño (o pesadilla) hiperrealista y del que no fuese capaz de despertarse. Hay varios detalles que me llevan a esa conclusión, el primero es la incapacidad del protagonista de controlar la más leve decisión durante el desarrollo del día, las escenas de los fustrados intentos de tomarse un café son claras en ese sentido, pero además todos los conflictos verbales o físicos con personajes desconocidos son ajenos a sus actos, pero ello no evita que sufra las consecuencias. Por otro lado, la sucesión de situaciones extraordinarias y extrañas con gente que ni siquiera conocía es constante a lo largo del día, cosa habitual en los sueños. Hay además un detalle que refuerza esta suposición, en un momento dado tras su entrevista en el campo de golf con su padre, el protagonista se desplaza campo a través caminando y en poco tiempo aparece una estación en medio de la nada que le ayuda a continuar su desplazamiento hacia la siguiente situación. Hay más detalles que me han llevado a esta suposición pero no quiero contarlos para no destripar más detalles de la película.

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Mención aparte merece la escena final de la película, la cual remata de forma perfecta una serie de situaciones extraoridinarias que sufre el personaje en un día ordinario que parece no tener fin. Se trata de un final en el que los fantasmas de la sociedad alemana salen a la luz reclamando su lugar en un  momento actual que parece haberlos olvidado para siempre.

Parece como si el director hubiese querido mostrar de una forma filosófica y elíptica todos los conflictos con los que la juventud actual alemana tiene que lidiar para intentar encontrarse a sí mismo, así como la individualidad que afecta a todas las sociedades urbanas y que hace que el hombre sea el más solitario de los seres vivos.

En resumen, se trata de una muy interesante propuesta, muy divertida, que nos hace disfrutar de unos pasiajes urbanos espléndidamente fotografiados, de una música excelente y que nos da mucho en que pensar tras acabar la proyección. El cine independiente sigue avanzando, lenta pero poderosamente, que empiecen a temblar las estructuras de la poderosa fortaleza Hollywoodense, su imperio puede que esté comenzando  a desmoronarse.

Gabriel Menéndez

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