La Segunda Guerra Mundial ha sido llevada al cine cientos de veces con más o menos fortuna. Es, sin duda, el conflicto bélico más atractivo cinematográficamente por su dualidad bien diferenciada entre el bien (los países aliados) y el mal (la coalición del eje). Durante el conflicto se hicieron una buena cantidad de películas propagandísticas en el Hollywood de la época y, posteriormente, en los años 60 se vivió una revitalización de este subgénero, con películas poseedoras de grandes presupuestos y planteles infinitos de estrellas de todos los países, pero que seguían adoleciendo del realismo necesario. Hace casi ya 20 años Steven Spielberg le dio la vuelta a la tortilla con “Salvar al soldado Ryan” (“Saving private Ryan”, 1998), película fundamental, cuyo realismo marcó un antes y un después en la traslación del conflicto bélico a la pantalla. Este año vuelve la Segunda Guerra Mundial a la actualidad cinematográfica con la película “Corazones de acero” (“Fury”), la cual se puede dividir en dos partes muy claras, una primera que ocupa los dos primeros tercios del metraje, de carácter tremendamente realista y de gran calidad cinematográfica y una segunda parte en la que se convierte en una fantasía bélica intragable y que destroza todo lo bueno mostrado hasta entonces en el film.
El argumento es el siguiente: Primavera de 1945, los aliados avanzan a través de una Alemania rota y desesperada. Entre ellos se encuentra el sargento Wardaddy (Brad Pitt), duro veterano de guerra cuyo objetivo es que él y los soldados que le acompañan en el tanque “Fury” acaben la guerra con vida, sin por ello dejar de cumplir con su deber de combatientes.
El guión está firmado por el director de la película David Ayer y su mayor virtud es mostrarnos de forma realista las durísimas condiciones de vida presentes durante la contienda. También son destacables algunas de las situaciones que narra la película sobre las relaciones de los soldados americanos con los civiles alemanes, así como la tensión sobrehumana que tenían que soportar los soldados, constantemente enfrentados entre sí por sus diferentes actitudes morales y sociales. Todo ese realismo desaparece en la última batalla, la cual parece sacada de un comic de la serie “Hazañas Bélicas”, en la que de forma milagrosa los soldados pueden entablar largos diálogos entre ellos sin que se escuche un sólo disparo en esos momentos, ni nadie les ataque.
En cuanto a la dirección, la película destaca por la puesta en escena, con mucho estilo y bastante original en algunos momentos, así como el uso de la luz. Una luz muy tenue, que da a las imágenes una patina de gris oscuro muy acorde con la historia que nos cuenta y que se mantiene durante casi todo el film. David Ayer sigue el esquema clásico de este tipo de películas, presentando primero a los personajes, llevándolos luego hasta una escaramuza para ir calentando motores.Posteriormente se produce una pausa en la que se nos da la oportunidad de conocer un poco mejor a los integrantes del tanque en aras de una mayor identificación con los personajes, para llegar a las batallas finales, que desgraciadamente dan al traste con todo lo conseguido hasta ese momento.
Respecto al reparto principal, Brad Pitt no parece esforzarse demasiado en un papel que le resulta demasiado fácil, realizando una actuación correcta sin más, mientras que de sus acompañantes en el tanque me quedo con un Shia LaBeouf que parece querer encarrilar de nuevo una carrera que parecía condenada al ostracismo más absoluto por sus problemas personales. Los personajes que se nos muestran son bastante típicos en este tipo de películas, la tripulación está compuesta por el novato que al principio no da pie con bola, el soldado religioso que cita a la biblia, el bruto sin cerebro ni modales y el hispano fiel a su sargento en todo momento.
La verdad es que cuanto más lo pienso más me parece incomprensible el giro a peor que toma la película al final de la misma. Las primeras escenas de acción están realmente bien filmadas y montadas, reflejando un nivel muy alto de realismo. Sin embargo la batalla final es un desastre que da vergüenza ajena y llega a provocar risas entre el público. Como ejemplo baste decir que en un momento determinado los alemanes explotan dos granadas dentro de un tanque aliado y al entrar posteriormente uno de los protagonistas en dicho tanque, los cadáveres de los tripulantes están en perfecto estado, como si los hubiesen matado con veneno, en vez de con una explosión.
Resumiendo, la película merece la pena ir a verla aunque sólo sea por la estupenda primera hora y cuarto, luego hay que tragar el resto, pero pasa más o menos rápido. Yo fui a verla con dos expertos en la materia y hasta la parte final no tenían queja de lo que aparecía en la pantalla. Lo que no tiene perdón es que una película que llevaba camino de convertirse en una referencia dentro de su género se eche a perder por razones que escapan a mi comprensión.
Gabriel Menéndez
¿Te suena “Ven y mira”, de Elem Klímov? Trata sobre la misma guerra, pero más real, más auténtica, no como las películas de Yanquilandia: los mismos actores, las mismas frases patrioteras, la bandera como fondo de pantalla, con los prejuicios de ese país a la hora de desarrollar un guión como Dios manda… Bueno, qué te voy a contar, Gabriel. “Ven y mira” me sobrecogió, me dejó atónito. Ahora bien, no la han vuelto a echar en la tele desde principios de los noventa. En cambio, todas esas en las que estás pensando, las ponen en los sacrosantos canales por cable (de pago, claro), no solo todos los días, a veces mañana y tarde. Ciao
Gracias por tu comentario Rafa. No he visto la película que me indicas, pero me la apunto para el futuro próximo. Otra película de guerra muy realista es “La batalla de Argel” de Gillo Pontecorvo. Un saludo.