Que el cine iberoamericano lleva unos años de clara pujanza hacia el exterior, es algo que queda fuera de toda duda. Cada año son muchas las películas de gran calidad, que nos llegan desde la zona sur del continente americano y “El clan” (2015, Pablo Trapero) es una nueva muestra de que el cine fuera de los Blockbusters goza de una excelente salud, pese a la lucha, siempre desigual, que mantienen con las grandes productoras de Hollywood.
El film nos narra la historia real de la familia Puccio, liderada por Arquímedes (Guillermo Francella), el patriarca de la misma. Durante los primeros años de la democracia instaurada en Argentina tras el derrocamiento del dictador Videla, esta familia se dedicó al secuestro y extorsión de familias acomodadas como sustento y forma de vida, amparados en la protección de gente aún poderosa en el estamento militar y su falsa apariencia de familia normal, cuyo hijo mayor Alejandro (Peter Lanzani) es una estrella del rugby.
La cinta transmite el horror de la cotidianidad, el horror de ver como personas aparentemente normales ejecutan o consienten actos terroríficos de forma totalmente natural, alternándolos con el resto de actividades del día a día. Eso es lo más impactante de un film que da mucho miedo, del que sales mirando hacia los lados por si ves algún coche sospechoso esperando a que pases.
A este miedo ayuda y mucho la excelente interpretación del actor Guillermo Francella como el padre de familia. Un personaje respetado por sus vecinos, que nunca (o casi) se altera, pero que planifica y ejecuta con una frialdad aterradora los secuestros que llevan a cabo. Francella hace un trabajo muy remarcable, teniendo en cuenta además que el director Pablo Trapero le somete a un constante reto al colocar siempre la cámara muy cerca de su rostro. De esa forma, se nos muestra a este siniestro personaje en unos primeros planos que nos recuerdan a aquellos “mad doctors” del cine clásico de terror norteamericano interpretados por Boris Karloff o Lionel Atwill.
De nuevo Pablo Trapero, al igual que hiciera en “Carancho” (2010), transita por la senda del thriller, con personajes atrapados (como es el caso de Alejandro) en una espiral de la que intentan salir demasiado tarde. Sin embargo, si en “Carancho” destacaba por encima de todo el hiperrealismo, en esta ocasión el director argentino se decanta por un estilo más hollywoodense, pero sin traicionar su estilo, ni la potencia de la historia que nos cuenta. Hay, no obstante, en este film muchos detalles que nos recuerdan a directores norteamericanos. Me acuerdo de Martin Scorsese en esos planos coreografiados y en esa continua juke box en que se convierte el film. Pienso en James Gray al observar las escenas familiares, como de clase media, de la familia protagonista y, sobre todo, me acuerdo de Paul Thomas Anderson con algunos movimientos de cámara y escenas rodadas desde los coches. Partiendo de dichas influencias y añadiendo su propio estilo personal, el director realiza un trabajo brillante que ya le ha valido este año el premio a mejor director en el pasado Festival de Venecia.
Es muy destacable como se nos muestra la extraña relación que hay entre el patriarca de la familia y su hijo mayor. Todo parece estar realizado para que éste cumpla todos sus sueños, pero de una manera malsana, como si el padre estuviera vampirizando a su propio hijo como forma de mantener su propia energía vital, ya en decadencia. A su vez Alejandro siente remordimientos por los actos de su familia, pero éstos desaparecen cuando el dinero empieza a entrar en grandes cantidades como premio por sus acciones delictivas.
Si hay algo que me hizo revolver en el asiento fue el uso y abuso de una banda sonora compuesta por temas que no tienen nada que ver con el momento ni el lugar que relatan los hechos. Por ello y a pesar de ser un excelente grupo de canciones de gente como Ella FitzGerald, The Kinks, David Lee Roth (versionando a Louis Prima) o la Creedence Clearwater Revival, esta anacrónica selección musical resta más que suma al total de la película y limita en algunos momentos el realismo de lo que estamos viendo en pantalla.
En definitiva, se trata de una muy buena película, quizá demasiado orientada hacia el gran público, pero que aumenta de forma considerable la nota media de una cartelera como la de estas fechas, plagadas de películas para niños y blockbusters sin pies ni cabeza. Parece que a los académicos de Hollywood no les ha gustado lo suficiente, ya que tanto este film, como la española “Loreak” (2014, Jose Mari Goneaga y Jon Garaño) han quedado fuera de la lucha por hacerse con el Oscar a la mejor película en habla no inglesa.
Gabriel Menéndez Piñera
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