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El renacido

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Dios, la naturaleza y el hombre son tres conceptos que difícilmente se pueden analizar por separado. Todos se interrelacionan entre sí desde el albor de los tiempos y han mantenido desde entonces una constante lucha para ver quien sobrevive. Este es el tema principal de “El renacido” (“The revenant” 2015, Alejandro González Iñárritu), película en la que el director mejicano mezcla realidad y ficción, para mostrar una historia ambientada hace 200 años, pero que trata además temas de total actualidad como el odio al diferente, el respeto por la naturaleza salvaje o el comercio despiadado.

La película nos cuenta como en 1820 Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), explorador a las órdenes de un destacamento de tramperos del ejército, que se dedican a la caza de pieles de animales en Dakota del Norte es atacado por un oso mientras escapan de los indios. Sus compañeros lo abandonan moribundo, junto con su hijo mestizo y dos de los tramperos, los cuales tienen que cuidarlo hasta su muerte.

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Empezaré diciendo que la historia, pese a estar basada en un hecho real, no se puede tomar muy en serio. Resulta impensable que los hechos, tal como se nos cuentan en la película, puedan ser mínimamente creíbles. Iñárritu, junto al guionista Mark L. Smith no nos cuentan una historia de supervivencia, más bien es una fantasía en la que la religión  y el amor a la familia marcan en demasía a un personaje principal que deja a Superman a la altura del barro. Este es el mayor hándicap al que se enfrenta un film que, sin embargo, técnicamente es prácticamente inmejorable.

Respecto a DiCaprio, lo mejor que se puede decir de su actuación es haber abandonado los papeles de repelente triunfador a los que nos tenía tan acostumbrados. Sin embargo, sigue siendo un actor que no transmite ningún tipo de emociones en sus trabajos desde hace ya demasiado tiempo. En esta ocasión, realiza un buen trabajo dentro de las posibilidades de un personaje, al que le pasan tantas cosas que más que empatía, provoca la risa entre la platea. Sin embargo es encomiable, que una estrella de su calibre se haya dado cuenta (por fin) que a veces hay que bajar al barro (nunca mejor dicho) y alejarse de la comodidad de los platós de Hollywood para conseguir verdaderos logros artísticos. Tom Hardy secunda de manera excelente a DiCaprio en un papel quizás demasiado monocromático para que llegue realmente a sobresalir como se merece. Este es otro de los fallos de la película, mostrarnos personajes blancos o negros, buenos o malos, no hay un personaje mínimamente intermedio en cuanto a su valía moral.

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La película está rodada en su totalidad en preciosos parajes naturales y el periodo que tuvieron que pasar los actores y técnicos que intervienen en la película en dichos parajes fue de todo menos apacible. Teniendo que improvisar sobre la marcha los planes de rodaje, por las inclemencias meteorológicas y con un presupuesto que variaba cada semana, las tensiones entre los artífices del film no fueron pocas.

El verdadero valor de “El renacido” es el espeluznante trabajo realizado por Emmanuel Lubezki quien, con una fotografía realizada en su totalidad con luz natural, que realza unos paisajes nevados realmente impresionantes, vuelve a dar muestras de un talento inmenso y deja atónito al espectador.

Iñárritu nos da muestras de nuevo de su calidad como director, mezclando planos secuencia, tomas panorámicas desde una altura inimaginable y primerísimos planos de los protagonistas que reflejan su sufrimiento ante la lucha frente a la muerte, la dura naturaleza que les azota sin piedad o sus propios congéneres.

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El tono del film, al igual que la mayoría de las obras del mejicano, es extremadamente religioso, aludiendo en muchas ocasiones a la religión, la familia y los valores tradicionales como única forma de encontrar un sentido a una vida que se nos muestra en toda su crueldad.  Una vida en la que la raza humana es despiadada y no duda en hacer todo el daño posible con tal de satisfacer sus necesidades básicas y en la que la naturaleza actúa como madre cruel, la cual te da la vida, pero que en cualquier momento la toma como suya de nuevo.

Ya existía una adaptación previa de esta historia, dirigida en 1971 por Richard C. Sarafian y titulada “El hombre de una tierra salvaje” (“Man in the wilderness”), pero si hay que buscar referencias a este film yo veo tres muy claras. La primera es “Las aventuras de Jeremíah Johnson” (“Jeremiah Johnson” 1972, Sidney Pollack), en la que Robert Redford emprendía una huida hacia adelante dirigiéndose en solitario a tierras inhóspitas. La segunda es un film mucho más antiguo, me refiero a “Paso al noroeste” (“Northwest passage” 1940, King Vidor), por estar rodada también en escenarios naturales, por su uso de la violencia y por como muestra la dureza de una época en la que había que ser muy fuerte para sobrevivir. Finalmente, es imposible no ver esta película sin acordarse del cine de Terrence Malick y su visión poética del cine y la naturaleza.

En definitiva, se trata de una película que es mejor verla, dejando la historia un poco a un lado y centrándose en los aspectos técnicos  o intrínsecos de la misma. No por ello deja de ser menos película, o es menos interesante, creo que hay que sacarse de la cabeza el estigma de que un film no puede ser bueno si no cuenta una buena historia. El cine puede emocionar de muchas y variadas maneras, eso es lo grande de este arte tan maravilloso.

 Gabriel Menéndez Piñera

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