El desorden mental de las personas está a la orden del día, no es una opinión, es un hecho. Los ciudadanos pertenecientes a la sociedad occidental cada vez dependen más de las drogas (legales o no) para sobrellevar su estancia en este mundo en el que vivimos. Los fármacos disfrazan nuestra tristeza, nuestra soledad, nuestra incapacidad para rendir al ritmo que nos imponen nuestros jefes o incluso nosotros mismos en nuestro inútil afán de destacar sobre los demás. Que nadie se equivoque al ver que escribo en primera persona del plural, no es que yo me incluya entre esa gente, es que todos estamos incluidos, nos demos cuenta o no de ello. “Joker” (2019, Todd Philips”) es una excelente recreación de esta locura general que llamamos sociedad capitalista del bienestar, partiendo de la figura del famoso villano que apareciera por primera vez en un cómic hace ya casi 80 años.
Arthur Fleck (Joaquin Phoenix), malvive trabajando de payaso ocasionalmente mientras lucha por hacerse un hueco como cómico en el Gotham de principios de los 80. Sus problemas mentales, se ven acentuados por una serie de sucesos en los que se ve involucrado y que muestran la crueldad de una sociedad que protege a los poderosos frente a los más débiles.
Lo primero que hay que comentar es que, a pesar de usar como reclamo el nombre del famoso criminal creado por DC Comics y estar ambientado en la ciudad en la que perpretaba sus fechorías, este film no tiene nada que ver con el cine de supehéroes con el que nos bombardean cada poco en nuestras sufridas carteleras. Se trata de una película con todas las letras, una obra adulta y dirigida a un público maduro a la que apenas se le ven los típicos defectos de las películas de Hollywood de gran presupuesto. Es sin duda toda ella una anomalía, y casi una broma propia del Joker el hecho de disfrazar bajo el manto de las películas de superhéroes una cinta como ésta en la que la crítica social es su principal objetivo.
Lo segundo más destacable es el trabajo de Joaquin Phoenix, superlativo a todos los niveles. Quiero destacar especialmente el nivel gestual que consigue en su actuación, tanto de cara como de todo su cuerpo. Desde Charles Chaplin no había visto a nadie en pantalla con un control de su cuerpo tan tremendo. Al igual que el genio británico, Phoenix se convierte de repente en un bailarín sin igual, sólamente unos segundos antes o después de helarnos el corazón con esa risa que en realidad en un llanto desesperado. Lo siento por el resto de intérpretes, pero todos (incluido Robert de Niro), quedan totalmente eclipsados ante la genialidad del trabajo de Phoenix.
La influencia de Chaplin no se resume a ese aspecto, todo el espíritu de la película nos traslada a aquella obra maestra de Chaplin titulada “Tiempos modernos” (“Modern times”, 1935), la cual es objeto de homenaje durante el transcurso de la película. En ella Chaplin denunciaba, al igual que Todd Philips en ésta, el la enorme diferencia entre pobres y ricos, la cual se acentúa enormemente en tiempos de crisis. Es quizás otra pequeña broma del guión el hecho de que sea Chaplin, el autor que popularizó el cine mundialmente, y sea “Tiempos modernos”, su obra más social, los escogidos por parte de los poderosos de Gotham para hacer una proyección especial.
El guión, escrito por el director Todd Philips junto a Scott Silver, es retorcido y cruel a partes iguales. Resulta casi imposible poder identificarse con alguno de los personajes, ya que todos ellos poseen taras físicas, mentales o morales. Sientes pena por Arthur, pero llega un momento en que es imposible justificar su comportamiento dentro de los límites de la moral. Si hubiera que resumir la historia en una sóla frase, me decantaría por la siguiente variación del título de uno de los grabados más famosos de Goya: “El sueño del capitalismo produce monstruos”.
Respecto a la labor como director de Todd Philips, es muy destacable, sobre todo en la primera mitad de la película, en la que consigue escenas de alto nivel artístico sin perder en ningún momento el tempo narrativo. Tempo que en la segunda mitad del film se convierte en el objetivo principal del director, lo que hace que la labor visual quede a un segundo plano en beneficio de la narración. Si algo se puede achacar al film es la aparición de algunos subrayados innecesarios más propios de otras películas menos adultas que ésta de la que estoy hablando.
En definitiva, nos encontramos con una sorpresa tremendamente agradable, una pesadilla visual y auditiva (excelente la banda sonora a partir de instrumentos de cuerda), que se mantiene en tu cerebro durante mucho tiempo después de abandonar la sala de cine. Sólo indicar para finalizar que no es una película para niños ni para adolescentes, debido a su crudeza y al mensaje que nos transmite, no apto para cerebros que no estén totalmente formados.
Gabriel Menéndez Piñera
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