En 1894 el caso Dreyfus, en el que un oficial francés de origen judío fue acusado de alta traición, dividió a la sociedad francesa y ocupó las portadas de los diarios durante varios meses. Sin embargo lo que en un principio parecía un caso bastante claro, se fue oscureciendo progresivamente a lo largo de los años en los que el capitán Alfred Dreyfus estuvo encerrado y aislado en prisión. 125 años después, el caso vuelve a estar de actualidad con “El oficial y el espía” (“J’acusse”, 2019), película dirigida por Roman Polanski y en la que el director polaco intenta establecer una analogía entre el caso Dreyfus y su propio juicio por violación, el cual comenzó hace más de cuarenta años.
Tras el juicio y condena de Dreyfus (Louis Garrel), el coronel Georges Picquart (Jean Dujardin), uno de los testigos de la acusación contra Dreyfus, es asignado a la división de contrainteligencia. Allí descubrirá no sólo que sigue habiendo alguien dentro del ejército francés pasando información a los alemanes, si no que las pruebas que se presentaron contra Dreyfus eran muy débiles. Todo ello le lleva a iniciar una cruzada personal que haga que declaren inocente al oficial condenado y juzguen al oficial al que él considera culpable de todo lo acaecido. No obstante, desde el primer momento se encontrará con trabas para llevar a cabo dicha tarea, sobre todo desde los generales que condenaron al capitán judío.
El guión, creado por el propio Polanski a partir del libro “An officer and a Spy” escrito por Thomas Harris, es un prodigio de síntesis narrativa, de tal forma que muestra los hechos acaecidos de forma que puedan llegar de forma clara al cerebro del espectador, sin resultar en ningún momento una narración vulgar o simplista. Sólo unos pocos flashbacks interrumpen una narración lineal, necesaria para poder lidiar con el importante número de personajes que pueblan la historia.
Pero si por algo destaca “El oficial y el espía” es por una puesta en escena trabajada hasta la extenuación. No hay plano o secuencia que no esté diseñada a la perfección, a lo cual ayudan unos excelentes decorados. Todo ello lleva al espectador a encontrarse en el París de finales del Siglo XIX, una época tan convulsa y difícil como la que se vive en el actualidad.
Así mismo la dirección de Polanski es, una vez más, excelente. La película tiene un ritmo envidiable, sin tener apenas escenas de acción, gracias a unos diálogos inteligentes y al talento del director a la hora de introducir al espectador no sólo en la historia, si no también en las motivaciones personales de cada uno de sus integrantes. Además, la película presenta escenas de gran belleza visual, a pesar de que la gran mayoría de las mismas transcurren en los interiores de estancias vagamente iluminadas.
Por otro lado la actuación del protagonista casi único del film, Jean Dujardin es muy destacable y sin duda es su mejor trabajo hasta la fecha. El actor francés clava su representación de un personaje íntegro hasta la médula y con una vida personal caracterizada por la libertad, la cual pone claramente en peligro al llevar a cabo su defensa de Dreyfus y enfrentarse a la opinión de sus superiores. El resto de intérpretes realiza su papel con solvencia, destacando a Emanuelle Seigner como la amante casada de Georges Piquart y al siempre maravilloso Mathieu Amalric, el cual da vida al experto grafólogo cuya declaración fue clave en el juicio contra Dreyfus.
En definitiva, se trata de una película muy recomendable, no sólo a nivel histórico, si no también a nivel cinematográfico y que, una vez más, recomiendo ver en su idioma original para poder disfrutar al máximo de sus múltiples virtudes. Lo que no acabo de entender es que la Academia de Artes Cinematográficas la haya olvidado por completo en las nominaciones a los Oscars de este año. Bueno, en realidad sí que lo entiendo, pero no comparto las razones no exhibidas, pero sí asumidas para dicha decisión. Aunque eso es otra historia que no me compete a mi analizar ni juzgar, yo solamente me dedico a glosar las virtudes o defectos de las obras cinematográficas y no la vida personal de sus creadores.
Gabriel Menéndez Piñera
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