Hay películas que no soportan muy bien el paso del tiempo. Otras, sin embargo, mantienen su capacidad de impactar y de emocionar, por muchos años que hayan pasado desde su realización. Este es el caso de “Pánico en Needle Park” (“The panic in Needle Park” 1971, Jerry Schatzberg), la cual a punto de cumplir los 40 años de existencia, y 20 años más tarde desde que la vi por primera vez, me ha vuelto a transmitir las mismas sensaciones que entonces.
Bobby (Al Pacino) es un drogadicto y traficante de heroína que se gana la vida como puede en las calles de Nueva York. Un día conoce a Helen (Kitty Winn), una buena chica que acaba de tener un aborto, y con la que comienza a tener una relación. Poco a poco el pánico (así denominan a la falta de droga en las calles) se va adueñando del grupo de drogadictos que pululan por Needle Park, llevando a algunos de ellos al límite de su resistencia física y anímica.
La película sorprende al espectador por su realismo y crudeza. No se omiten detalles del día a día de los adictos por muy escabrosos que sean, ya que éstos resultan fundamentales para entender su desesperación, cuando les falta su dosis de droga durante un tiempo prolongado. También se refleja a la perfección como su moral se va degradando progresivamente, hasta hacer cualquier cosa por dar a su cerebro la heroína que éste les reclama.
El guión, escrito por Joan Didion y John Gregory Dunne, relata de forma magistral la evolución de los dos personajes principales. Bobby nacido en Nueva York, siempre ha sido un delincuente de poca monta que aspira a ser alguien importante en el mundillo de la droga y que cree que puede controlar el uso de la heroína. Helen, por su parte, es una chica de pueblo, que en la gran ciudad descubre este mundo desconocido hasta entonces por ella y que se encandila del desparpajo y labia de Bobby.
Jery Schatzber, en éste su segundo largometraje como director, consigue introducir al espectador en la vida de sus personajes, utilizando para ello dos recursos principales. El primero es las calles de Nueva York, rodando una gran cantidad de escenas en exteriores de la gran urbe americana, de la misma forma que lo había hecho John Schlensinger, un par de años antes, en esa obra maestra y canon del cine independiente americano que es “Cowboy de medianoche” (“Midnight cowboy”, 1969). El segundo recurso que usa el director es usar la cámara como si fuera el ojo de uno de los vecinos del barrio que, desde la ventana o apoyado en la puerta de casa, observa las idas y venidas de este grupo de personajes en su batalla diaria por conseguir su dosis de droga o, en sus mejores momentos, ejerciendo la labor de mercachifles de la preciada sustancia.
Respecto a los actores, decir que esta película fue el trampolín que llevó a Al Pacino a su papel más famoso un año después en su siguiente película. Me refiero por supuesto al Michael Corleone de “El Padrino” (“The godfather” 1972, Francis F. Coppola). Su Bobby es un dechado de naturalidad, siempre con la sonrisa en los labios y el chicle en la boca, pero con ese tono oscuro, el cual sabes desde el principio que está a punto de aparecer en cualquier momento. Más llamativo aún es el caso de Kitty Winn, la cual está espléndida en la que también era su segundo largometraje. Su labor como una Helen dulce y desprotegida la llevó a ganar la Palma de Oro a la mejor actriz en el Festival de Cannes de ese año. Sin embargo, lo que prometía ser una carrera meteórica como actriz, reafirmada dos años más tarde por su labor en “El exorcista” (“The exorcist” 1973, William Friedkin) finalizó en 1978. Desconozco los motivos, pero ese mismo año contrajo matrimonio, lo cual puede ser la razón de haber abandonado su carrera cinematográfica.
No fue “Pánico en Needle Park” la primera película norteamericana en hablar de la adicción a la droga. Ya en 1955 Otto Preminger había tratado este tema en “El hombre del brazo de oro” (“The man with a golden arm”), pero de una forma bastante menos directa que la película que nos ocupa. Igualmente, un año más tarde Nicholas Ray nos había contado la historia de otro adicto, en este caso debido a un tratamiento de salud experimental, en “Más poderoso que la vida” (“Bigger than life”) con un excelente James Mason en la piel del enfermo que se hace adicto a la cortisona, recetada por su médico para intentar aliviarle de una enfermedad congénita.
Es “Pánico en Needle Park” una película dura, pero muy recomendable, tanto por su alto nivel cinematográfico, como por su labor disuasoria para todo aquel que sienta tentaciones de jugar, aunque sea levemente, con algo tan peligroso como la heroína.
Gabriel Menéndez Piñera
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