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El tercer hombre

tercer hombre cartel

Todas las películas están compuestas de un gran número de artes y técnicas, que en su conjunto forman una obra cinematográfica. A veces una de esas artes destaca sobre las demás de forma especial, eclipsando al resto. Esto suele suceder en películas que no tienen demasiada calidad, excepto en uno o dos de sus componentes artísticos o técnicos. Sin embargo, en muy raras ocasiones, una gran película en general se ve eclipsada por uno de sus componentes en particular, lo que, de forma subjetiva, contribuye a que no se valoren de forma correcta al resto de piezas que la forman. Este es el caso de “El tercer hombre” (“The third man” 1949, Carol Reed), en la que la famosísima música de cítara de Anton Karas subyuga de tal forma al espectador medio, que puede que no caiga en la cuenta de las muchísimas virtudes que posee esta obra maestra del cine británico.

Holly Martins (Joseph Cotten) es un escritor norteamericano de novelas del oeste que viaja a la Viena posterior a la Segunda Guerra Mundial, en busca de un trabajo que le ha ofrecido su amigo Harry Lime (Orson Welles). Sin embargo nada más llegar, se le comunica que su amigo ha fallecido atropellado por su propio chófer. Tras el shock inicial, Holly empieza a sospechar que la muerte de su amigo no fue accidental y que hubo una tercera persona presente en el accidente, la cual no llegó a declarar a la policía, y que debería ser quien le proporcione la clave del misterio.

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Lo primero que quiero resaltar es la excelente fotografía en blanco y negro realizada por Robert Krasker, la cual le hizo merecedora del Oscar ese año y que es muy deudora de todo el cine expresionista alemán de la década de los años 20. El trabajo de Krasker es sencillamente excelente, utilizando unos contrastes muy fuertes entre luces y sombras, usando estas últimas como recurso narrativo y, gracias a regar las calles de adoquines en las que se rodaba, logra unos reflejos en el suelo que iluminan las escenas de manera magnífica.

Otro aspecto destacado es el guión de Graham Greene, basado en su propia novela. la cual escribió con el único objetivo de ser guionizada para la película. Pero tras el éxito de la misma, la novela se publicó por primera vez en 1950. Es un guión muy inteligente, dividido en cuatro partes, al igual que la ciudad de Viena en esos días estaba dividida en cuatro partes (inglesa, americana, rusa y francesa) y con cuatro personajes principales: Holly Martins, Harry Lime, Anna Schdmidt (Alida Valli) la novia de Harry Lime y el Mayor Calloway (Trevor Howard), oficial inglés el cual andaba tras la búsqueda y captura de Harry. Con todo, el espectador tiene que tragar con algunos aspectos bastante improbables en la historia. El primero de ellos es que Holly Martins, pese a ser Norteamericano, en ningún momento acude a la policía de su país, presente en Viena, es más la policía americana brilla por su ausencia en la película. Por otro lado, (OJO SPOILER) no se entiende que Harry Lime salga de su escondite (lo que provoca todo lo que sucede después) y aparezca enfrente de la casa de Anna, cuando escenas más tarde le dice a Holly que no le importa nada lo que le suceda a la muchacha.

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Los cuatro personajes principales están maravillosamente interpretados, en especial Joseph Cotten en su papel del mediocre escritor de novelas del oeste (personaje en el que me detendré más adelante) y Orson Welles como el cínico Harry Line. Toda la vida creí que Orson Welles había realizado más labor detrás de la cámara que delante de ella, ya que el estilo visual de toda la película recuerda mucho al estilo de Welles, pero por lo visto, no sólo no tuvo nada que ver con la dirección de la película, si no que practicamente tenían que sacarlo a rastras del hotel para que rodara sus escenas. Por esta razón, muchas de las tomas en las que aparece de lejos o como una sombra, los que hicieron dichas escenas fueron sus dobles o gente del equipo técnico, como el asistente del director Guy Hamilton (el cual luego dirigiría películas como “James Bond contra Goldfinger” de 1964 o “La batalla de Inglaterra”de 1969).

El director Carol Reed amalgama de manera perfecta tres estilos de cine muy diferentes. como ya he comentado antes, los primeros planos, los picados y contrapicados, las tomas medias inclinadas y los travellings panorámicos recuerdan mucho al estilo como director de Orson Welles. Por otro lado, el hecho de rodar la mayoría de las escenas en escenarios naturales de la Viena (recordemos que en aquella época la mayoría de las películas se rodaban casi íntegramente en estudio, por medio de decorados), todavía en pleno proceso de reconstrucción tras los intensos bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, nos remite al entonces reciente neorralismo italiano creado por directores como Roberto Rosellini o Vittorio de Sica. Finalmente, el uso tan acentuado de luces y sombras en blanco y negro nos remite de forma indefectible al expresionismo alemán de los años 20.

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Pero si por algo me maravilla “El tercer hombre” es por lo siguiente, esta película rompe por completo con la imagen del héroe en el cine. El personaje de Joseph Cotten, el bueno de la película, es un desgraciado integral, un torpe con buenas intenciones. Para empezar, su nombre (Holly) es ridículo para ser el chico bueno de la película, además tiene que viajar hasta Austria sin un dolar en el bolsillo, en busca de un trabajo que le iba a ofrecer su amigo Harry. A pesar de ser escritor, no tiene cultura ninguna (su referente literario en Zane Grey), se enamora de la novia de su amigo, pero ella ni mira para él. Es un borracho, pero siempre le tiene que invitar a beber la chica de la que está enamorada. Y al final de la película (OJO SPOILER), a pesar de hacer lo lo moralmente correcto, ella pasará por delante de él como si no existiera en un plano final de una belleza absoluta y que supone uno de los finales más impactantes y desoladores del cine clásico.

En definitiva, una película que más allá de su excelente música, (la cual fue número uno en las listas de éxitos y una fiebre que, como todas, acabó pasando) es una obra maestra de la historia del cine, la cual nos transmite un enorme pesimismo y tristeza. El mismo sentimiento que tenía la sociedad occidental, sólo unos años después de Auschwitz e Hiroshima.

 

 

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