Muchas veces la mejor forma de explicar algo a los demás es mediante el contraste entre elementos opuestos. Eso es lo que debió pensar el director y guionista español Fernando Trueba a la hora de crear su película “El artista y la modelo” (2012) ya que en ella nos presenta a dos personajes que no tienen nada que ver el uno con el otro, pero que se retroalimentan entre ellos llegando a crearse una relación en la que la futilidad de la vida, la amenaza de la muerte y la permanencia del arte cobran una especial relevancia.
La película nos cuenta como en 1943 Mercé (Aida Folch), una joven española, se escapa de los campos de trabajo de Franco y cruza la frontera con Francia. Cerca de la línea que separa ambos países encuentra refugio en la casa de Marc Cros (Jean Rochefort), un viejo escultor que vive junto a su esposa Lèa (Claudia Cardinale) y que ha perdido la ilusión por su arte en particular y por el resto de la vida en general. Lèa ve en Mercé una posible modelo para su marido, que le haga recuperar la inspiración y las ganas de vivir.
Esta historia fue creada a cuatro manos por Fernando Trueba y por el escritor Jean-Claude Carrière, colaborador habitual de Luis Buñuel en su etapa francesa. Se trata de un guión muy cercano al realismo poético francés de los años 30 del siglo pasado y que nos recuerda a las películas del maestro Jean Renoir. En él, como ya comenté al principio, se nos muestran dos personajes en dos etapas totalmente diferentes de sus vidas. Mercé es joven, activa, apasionada y desconoce muchas cosas de la vida y del arte, Marc, sin embargo, su larga experiencia vital hace que esté cansado de la vida y del ser humano, su arte ya no le sirve para seguir viviendo y el desapego emocional que sufre hace que le cuesta muchísimo confiar en alguien que no pertenezca a su reducido círculo habitual. Ambos cambiarán la vida del otro poco a poco creando una relación simbiótica que dejará una profunda huella en su interior.
Destaca en un primer visionado la excelente labor tanto de Jean Rochefort como de Aida Folch dando vida a los dos personajes que dan título a la película. El actor francés, logra una interpretación llena de sinceridad, de ligeros matices que nos ayudan a comprender mejor a este viejo escultor hastiado de sí mismo. Por su parte Aida Folch consigue, con su belleza, naturalidad y su gran actuación, enamorar al espectador de tal forma que se nos hace fácilmente comprensible el cambio que logra en la persona con la que comparte largas jornadas de trabajo en el estudio.
El director Fernando Trueba, realiza esta obra para su disfrute propio, sin pensar en ningún momento en el éxito económico y ello ha hecho que le haya salido una obra muy personal y de muchísima calidad. Desde luego no se puede rodar una película en la actualidad en blanco y negro y en francés en este país y pensar que vas a llenar las salas de cine, pero eso a Trueba le da igual. El ha querido hacer la película a su modo y los que amamos el cine le aplaudimos por ello, ya que ha logrado con éste, su decimosexto largometraje una de las cumbres de su carrera como director de cine.
Toda la película se desarrolla lentamente, los movimientos de cámara son suaves, la puesta en escena está pensada hasta el más mínimo detalle, porque el arte es así, hay que disfrutarlo poco a poco saboreando todos los aspectos del mismo para poder comprenderlo, para poder sacar todo lo que el artista nos ha querido mostrar. A este respecto hay una escena en la película que nos deja muy a las claras las intenciones de Trueba. En ella Marc le enseña a Mercé un dibujo de Rembrandt, “El niño que aprende a andar” (1660) y le explica con la mayor parsimonia del mundo todo lo que se transmite en ese pequeño dibujo hecho en unos minutos con muy pocos trazos. No es difícil encontrar en esta escena un homenaje al arte en general y al cine en particular, mediante el cual un director intenta transmitir una gran cantidad de ideas y de sentimientos en dos horas de película, mediante pequeños trazos de personajes mucho más profundos de lo que en un principio pueda parecer.
En cuanto al posible visionado en mercado doméstico existe edición tanto en dvd como en blu-ray. Yo personalmente recomiendo la edición especial para coleccionistas que incluye ambos formatos así como un libro de fotos y tres postales con dibujos de Jean-Claude Carriere, es un poco más cara, pero merece la pena.
En definitiva, recomiendo fervientemente el visionado de esta gran obra de nuestro cine reciente, especialmente a todos aquellos interesados en el arte y el proceso de creación del mismo. Por supuesto, es fundamental para el disfrute total de esta obra el visionado de la misma en su versión original en francés, que fue el idioma en que se rodó.
Gabriel Menéndez
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