Conseguir que en casi dos horas y media de película mantengas el cuerpo en tensión, esperando la siguiente escena ya es un logro, pero si encima, a pesar de lo disparatado de algunos planteamientos, no consigues encontrar un sólo fallo de guión a lo largo de la misma, entonces es que has tenido la rara suerte de encontrar un thriller de Hollywood de verdadera categoría. Esto es lo que sucede con la última película de David Fincher de título “Perdida” (“Gone girl”), la cual además contiene grandes dosis de cinismo y mala baba que hace que casi pueda catalogarse más como una sátira que como un thriller.
El argumento es el siguiente: la mañana de su quinto aniversario de boda Nick Dunne (Ben Affleck) llega a su casa y se encuentra con que su mujer Amy (Rosamund Pike) no está en la casa, en la que encuentra signos de violencia. Acude a la policía para que investiguen y rápidamente se genera un movimiento popular y mediático (tan habitual últimamente) para intentar encontrar a la esposa desaparecida. Poco a poco, las sospechas empiezan a recaer en Nick, quien tendrá que intentar demostrar una inocencia que no está nada clara.
De mano el argumento no tiene nada de original, ya hemos visto bastantes veces historias similares a esta en las pantallas de cine o televisión. sin embargo en esta ocasión la trama principal no es la piedra angular de la película, si no que esta se sostiene en muchos otros aspectos. La cinta en cuestión, como ya he dicho y no me canso de repetir, contiene una enorme dosis de mala baba y cinismo, pudiendo parecer misógina en algunos momentos, pero además aporta una de las críticas más feroces que haya visto a la hipócrita sociedad actual y al poder que ciertos programas de televisión (como ejemplo de todos los medios de comunicación) tienen sobre la opinión del ciudadano medio.
El guión fue escrito por Gillian Flynn, la cual adapta su propia novela superventas de una manera muy inteligente, ayudada por la increíble labor de un David Fincher en estado de gracia, el cual consigue mantener el espíritu, la intensidad y la capacidad de enganchar al consumidor de la novela, creando además un entramado visual de gran calado. Entre ambos construyen una historia que mezcla el thriller con los oscuros aspectos de una relación de pareja, tal y como hiciera Hitchcock en algunos de sus mejores trabajos como “La ventana indiscreta” (“Rear window”, 1954), “Vértigo, de entre los muertos” (“Vértigo”, 1958) o “Marnie la ladrona” (“Marnie”, 1964).
David Fincher construye un ingenioso circo de tres pistas ante el que el espectador no puede más que quedar enganchado al mismo. Su primer número es el personaje de Amy, cuya vida se nos muestra a retazos a través de la lectura de su diario personal y que constituye uno de los personajes más complejos y estimulantes que haya dado el cine norteamericano en muchos años. Amy se nos muestra gradualmente a través de lo que ella cuenta en su diario y a través de lo que el resto de personajes cuentan de ella, pero también hay pistas escondidas del por qué de su carácter que resultan gozosas de descubrir.
El segundo espectáculo que nos propone Fincher es mostrarnos la idiotez del populacho ante este tipo de hechos y como de un día para otro se construyen héroes, los cuales se transforman en villanos con la misma facilidad y todo ellos sin conocer en absoluto a la persona a la que odian o adoran. Dicha actitud es promovida, jaleada y alentada por los medidos de comunicación que hora tras hora bombardean a la gente con novedades, reales o inventadas, con tal de conseguir la atención de la masa aborregada.
La tercera pista del circo está compuesta por la excelente labor de los actores secundarios (muchos de ellos sacados de exitosas series de televisión) que dan a la película el aspecto compacto y sólido que tiene. Su labor consigue tapar las limitaciones que Ben Affleck sigue mostrando como actor, incapaz de llevar el sólo el peso de una producción de este calibre. Por el contrario su esposa en la ficción Rosamund Pike, consigue una labor muy destacable en un papel mucho más complejo y difícil de resolver.
Y como espectáculo final el director consigue dotar a todo este mejunje de un ritmo espectacular, intenso, poderoso y lo logra sin escenas de acción, sin (casi) giros argumentales ni pirotecnia visual. Fincher logra que estemos pegados a la butaca durante la totalidad de la cinta sin hacer que nos perdamos en el desarrollo argumental ni embarullar las diferentes tramas. Consigue una película realmente entretenida que satisface al espectador poco exigente y al cinéfilo empedernido, al que no se le puede engañar con argucias ni trucos y que agradece sobremanera el tono cínico con el que se trata toda la película.
En definitiva Fincher consigue algo cada vez menos habitual en el cine que nos llega de Hollywood, crear una gran película que a la vez es un divertido pasatiempo que hace que el espectador disfrute durante las casi dos horas y media que dura su visionado.
Gabriel Menéndez
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