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Quiz show

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Dicen que uno de los mejores termómetros para medir la salud de un país es la televisión, la cual nos puede mostrar muchos aspectos de la vida del mismo a través de sus informativos, sus programas de ocio y de sus emisiones culturales. Me parece una forma bastante acertada y que refleja con eficacia aspectos difíciles de enmarcar en cualquier otro estudio.

“Quiz show” (1994, Robert Redford) nos habla de  un concurso de televisión que se emitía en la cadena NBC a finales de los años 50. El programa, cuyo título era “Twenty one” (21), tenía un enorme éxito a nivel nacional y se correspondía con la imagen que Estados Unidos tenía sobre sí misma, es decir, un país con un enorme éxito en el que se podía conseguir dinero fácil y en el que todo estaba perfectamente regulado acorde con la ley. Esta película nos muestra que, ya en la década de los 50, el país norteamericano, al igual que su televisión, era un enorme y dulce pastel completamente podrido por dentro.

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La película comienza mostrando a Herbie Stempel (John Turturro) como un exitoso concursante de “21”, el cual semana a semana avanza en el programa ganando más y más dinero. Sin embargo, los ejecutivos de la cadena piensan que ya no da más de sí a la audiencia y le comunican que en el siguiente programa perderá ante un nuevo concursante Charles Van Doren (Ralph Fiennes) el cual multiplicará el éxito del concurso alcanzando una dimensión mediática inusitada. Frustrado por haber sido echado del concurso, Herbie denuncia ante el fiscal general que el concurso está amañado. En primera instancia su acusación no es atendida, pero llamará la atención de un agente de regulación de Washington llamado Dick Goodwin (Rob Morrow), el cual iniciará una investigación al respecto.

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El guión está escrito por Paul Attanasio, habiéndose basado en el libro escrito por Richard N. Goodwin sobre el caso real que investigó y que constituyó todo un escándalo en su momento. Como toda obra de Hollywood tanto unos como otros se toman muchas licencias en orden a cerrar todos los flecos en una obra de poco más de dos horas. Por ello se engrandecen unos personajes, se empequeñecen otros, se producen extraños encuentros y todo se junta en un final esclarecedor para el gran público.

 

Robert Redford siempre se ha caracterizado por un estilo muy clásico a la hora de dirigir. Un estilo deudor de gente como William Wyler o Howard Hawks, pero al que en esta obra en particular le añade un montaje muy ágil que ayuda a mantener el ritmo de la película. Algo no muy habitual en Redford cuyas obras no destacan precisamente por tratar temas vertiginosos, si no más bien por lo contrario. A Redford le gusta solazarse en escenas con amplios diálogos en los que podamos conocer a los personajes profundamente. En esta ocasión en concreto todos los personajes principales se nos muestran de forma muy realista, con virtudes reseñables, pero también con defectos como los que podemos tener cada uno de nosotros. Así, la vanidad, la avaricia, la ludopatía, el egocentrismo y los tratos de favor son moneda de cambio habitual entre los personajes de este film que esconde mucho más de lo que muestra en un principio.

Algo que queda muy claro en el film es que mientras todo va bien, las diferencias de clase o religión se estrechan. Sin embargo cuando empiezan a aparecer los problemas se trata a la gente de forma diferente según su origen y la posición de su familia.

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Volviendo al tema principal del film, el cual es ofrecer una radiografía de los Estados Unidos en los 50 a través de la televisión hay infinidad de secuencias en la película que nos muestran las analogías entre ambos. Desde la primera escena en que se ve al presentador del show comprando un coche deportivo mientras se escucha por la radio que los rusos han lanzado al Sputnik en órbita se nos insiste en la idea de que en esas fechas el país inicia un proceso de degradación en el que aún sigue hoy día, arrastrando con él a todos los países que siguen sus ideas capitalistas, incluido el nuestro.

El film cuestiona que un payaso de la tele gane mucho más que un profesor de universidad. Así mismo se nosmuestra como en teoría los bancos custodiaban las preguntas del concurso hasta poco antes del inicio del mismo, clara analogía con una democracia en la que los ciudadanos creen a pie firme, pero que en realidad está dominada por las grandes corporaciones las cuales, con el apoyo de los bancos, campan a sus anchas con el único objetivo de amasar más y más dinero.

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“Quiz show” tiene muchas razones que hacen que merezca la pena su visionado. La recreación de las grabaciones de televisión de la época están muy bien realizadas, así como la importancia de la televisión en la sociedad norteamericana de esos años. Así mismo la historia es lo suficientemente interesante y está rodada con el suficiente brío por parte de Redford que hace que el espectador no pierda interés por la misma en ningún momento.

En definitiva, se trata de una de esas películas con más de una capa de lectura que agradarán al espectador que busca simplemente que le entretengan y, al mismo tiempo, despertará el suficiente interés en el cinéfilo que busca algo más que pura diversión a la hora de ver un film de calidad. Por cierto, Martin Scorsese tiene un pequeño, pero jugoso papel como actor en este film.

Gabriel Menéndez Piñera

 

 

 

 

 

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