Hay pocos directores norteamericanos en la actualidad que tengan el talento de Steven Spielberg a la hora de crear un film de estilo clásico, algo que parece de otro tiempo, de otra época en la que los buenos eran extremadamente buenos, capaces de soportar todo lo que se le venga encima sin perder el sentido del humor ni enfadarse. Este es quizás el punto de inflexión de “El puente de los espías” (“Bridge of spies”, 2015), su última película, ya que a estas alturas de la vida es difícil creerse un personaje como el de James Donovan, al que solo falta que digan al final de la película que ascendió a los cielos a los tres días de morir.
La película nos narra como, en plena Guerra Fría y tras la captura del espía ruso Rudolf Abel (Mark Rylance) por parte del F.B.I. en 1957, el abogado James Donovan (Tom Hanks) es asignado por el estado como su defensor. Donovan ejerce su labor de forma tan vehemente que empieza a ser cuestionado por sus compatriotas, sus jefes e incluso por su familia.
La historia, basada en hechos reales, está guionizada por los hermanos Coen, junto con Matt Charman. Ciertamente el guión tiene el sello de los Coen principalmente en los diálogos, sin embargo carece del tono oscuro tan habitual en ellos. Parece como si su labor hubiese estado bastante coartada por Spielberg y se nota bastante que se han quedado escenas importantes en la sala de montaje, ya que en momentos determinados se hace referencia a detalles que no han sido mostrados en la pantalla.
Tom Hanks está excelente de nuevo en su típico papel de americano medio de valores intachables y personalidad a prueba de hierro. Es tal el clasicismo que se percibe en la película, que uno parece estar viendo a James Stewart en alguno de sus míticos papeles de los años 40, en los que encarnaba a este mismo tipo de personaje antes de que Anthony Mann y Alfred Hitchcock le asignaran papeles más oscuros y complejos. A su lado destaca Mark Rylance en el papel de espía ruso, por el que Donovan siente un profundo respeto, como soldado a las órdenes de sus superiores en una guerra sorda como la que se estaba librando. Es una pena que no se nos muestre en la película suficientes escenas en las que se vea como se forja la amistad entre estos dos personajes, siendo éste uno de los principales errores de la misma.
Respecto a la labor de Spielberg, me alegra profundamente ver como el director estadounidense vuelve a realizar una película dirigida a un público adulto, tras su excelente e infravalorada “Lincoln” (2012) http://historiasdelceluloide.elcomercio.es/2013/01/lincoln.html y parece olvidarse de realizar películas para adolescentes, los cuales ya tienen sobrada oferta a la que agarrarse. Su trabajo en esta película destila una gran dosis de madurez estilística, con una puesta en escena clásica y sobria, un uso de la cámara al mismo nivel y un ritmo lento pero seguro de sí mismo, gracias a la alternancia de escenas de una gran intensidad con otras más relajadas y en las que priman los diálogos. Algo que en su anterior película, basada principalmente en escenas dialogadas, mucha gente no supo, o no quiso valorar.
Como es habitual en este tipo de producciones, toda la ambientación está cuidada hasta el último detalle, aunque en las escenas en las que se nos muestra el muro de Berlín hay un excesivo uso de efectos ópticos creados por ordenador, llegando a aparecer tomas enteras generadas por este medio.
El punto más bajo del film es el tono “americanista” que se le da desde el primer momento. Aunque se muestren leves destellos de mala conducta por parte de algunos de los funcionarios estatales norteamericanos (jueces, agentes de la C.I.A, etc.) siempre se nos muestra una clara diferencia entre los rusos y los americanos y siempre a favor de estos últimos. Las cárceles americanas son más cómodas y sus funcionarios más educados que las que sufren los soldados americanos capturados más allá del Telón de acero, los juicios son más justos y mucho más lujosos, la gente vive mucho mejor en el supuesto país de la libertad que en los países comunistas, etc.
En definitiva, se trata de un film muy correcto, que encantará a los que como yo, amamos el cine clásico y que sin embargo se le echa en falta algo más de realismo en los personajes y algo más de ecuanimidad en el trato que se le da a las situaciones en las que se hace referencia al bando soviético.
Gabriel Menéndez Piñera
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