Parece que este año se han puesto de acuerdo en Hollywood para hacer películas muy dramáticas relacionadas con temas familiares. De las ocho cintas nominadas este año al Oscar a la mejor película, cuatro de ellas se circunscriben a este género cinematográfico que es el drama. Estas son: “Manchester frente al mar” (“Manchester by the sea”, Keneth Lonergan), de la que ya hablé hace un par de semanas, “Fences” (Denzel Washington”), “Lion” (Garth Davis) aunque ésta es de procedencia australiana y el film del que voy a hablar a continuación, “Moonlight” (Barry Jenkins). Parece que se intenta compensar el excesivo optimismo de “La ciudad de las estrellaas (La la land)” (Damien Chazelle) con una serie de historias que puedan devolver al espectador a la realidad de la vida, o quizás es simplemente un ligero proceso de maduración que tanta falta le hace al cine actual norteamericano.
Triron es un niño afroamericano, pequeño, delgado y al que todos llaman “Little” por su pequeña estatura. Su madre Paula (Naomie Harris) es drogadicta, por lo que Triron es virtualmente adoptado por un traficante de drogas, Juan (Mahershala Ali) y su pareja Theresa (Janelle Mónae). Según va creciendo el niño va descubriendo que su timidez y una floreciente homosexualidad va a hacer que su vida cada vez sea más complicada de sobrellevar en un ambiente como es el de los suburbios de Miami, en el que sólo sobrevive el más fuerte.
Si algo destaca en “Moonlight” es su paciencia, su sencillo preciosismo y su delicadeza. Esto último es especialmente reseñable ya que el tema que trata es muy proclive para hacer una narración más amarillenta, buscando mayor complicidad con el espectador. Todo en esta película gira alrededor del personaje principal, ese niño que vemos convertirse primero en adolescente y luego en adulto a través de una vida nada fácil debido tanto a su situación familiar, el ambiente que le rodea y su propia personalidad.
Dicho personaje está interpretado por tres actores diferentes (Alex Hibbert, Ashton Sanders, y Trevante Rodas) según va avanzando la narración y el niño del comienzo se acaba convirtiendo en adulto. Todos ellos están a un muy alto nivel, acompañados por dos secundarios de altísimo nivel como son Mahershala Ali en el papel de Juan (el traficante que acoge bajo su manto al niño) y Naomie Harris como Paula, la madre drogadicta del pequeño.
El director Barry Jenkins consigue en su segundo largometraje crear una atmósfera lírica que sumerge al espectador en una especie de ensoñación a lo largo de todo el metraje. Así mismo logra crear poesía a través de una historia muy dura y que, sin mostrar situaciones especialmente desagradables, no oculta en ningún momento el dramatismo de una vida condenada al sufrimiento desde su comienzo. Sin embargo su labor técnica, en cuanto a la puesta en escena y los movimientos de cámara, no tiene el mismo nivel que su tratamiento formal de la historia.
Es quizás el aspecto técnico, que no llega a la altura del resto del film, lo que hace que la valoración no llegue a sobresaliente y se quede en un notable que, viendo la situación del cine anglosajón actual, ya es mucho. Pero la sensación que me quedó al acabar la película es de ocasión desaprovechada por parte de Barry Jenkins de crear una gran obra cinematográfica y “tan sólo” nos ofrece una historia muy bien narrada y con una gran ambientación.
Otro aspecto destacable es la fotografía a cargo de James Laxton, la cual es una de las responsables de ese aire de ensoñación que preside todo el film. De ese ligero aire de optimismo que invade la pantalla, a pesar de la fuerte carga dramática de la historia y de unos personajes de la calle, sencillos y complicados, reales aunque ficticios, con más defectos que virtudes, pero por todo ello se nos quedan en la memoria tras el paso de los días.
En definitiva, una película recomendable tanto por su historia (mensaje de tolerancia incluido), como por la labor de todos aquellos que participan en el film. Espero que no caiga en el olvido, porque es de esas obras que, por desgracia, se encuentran muy rara vez en una sala de cine. “Moonlight”, como sus personajes, no es perfecta, quizás por eso también sea especial, porque su imperfección nos recuerda a la vida real y, porque no, a nosotros mismos.
Gabriel Menéndez Piñera
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