Si hay un director de cine actual, que podría reflejar en la pantalla perfectamente un personaje como el de Reynolds Woodcock, ese no puede ser otro que Paul Thomas Anderson. El director norteamericano muestra en su personaje su propia manera de ser extremadamente perfeccionista, la cual le ha llevado en su carrera a realizar algunas de las mejores películas de los últimos 20 años. “El hilo invisible” (“Phantom thread”, 2017), su última obra, se convierte en un juego de espejos en el que el eje cinematográfico desaparece casi por completo, al crear un personaje que se convierte en su propio reflejo frente a la cámara.
Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis) es en los años 50 el modisto más reputado de Inglaterra y, junto con su hermana Cyril (Lesley Manville) dirige, diseña y crea los mejores vestidos para las mujeres más influyentes. Un día conoce a una joven camarera llamada Alma (Vicky Krieps) que pronto se convertirá en su nueva musa. A partir de entonces las vidas de ambos se verán trastocadas, por una relación en la que el modisto deja a su pareja poco margen de maniobra.
Como es habitual en el cine de Paul Thomas Anderson, todo está realizado de forma casi perfecta. Tanto la planificación de las escenas, como la ambientación, la iluminación o el desarrollo de los personajes está tratado con un gusto exquisito y una puntillosidad extrema. Todo transcurre de forma fluida, sin estridencias narrativas ni visuales, pero con una narrativa excelente, en la que se va poco a poco desmenuzando la psique de unos personajes mucho más complicados de lo que parece en un primer momento.
El guión, firmado por el propio director, se va oscureciendo progresivamente hasta mostrar una relación enfermiza entre los dos protagonistas (cuyos detalles no voy a desvelar), a los que acompaña un tercero en discordia, Cyril, que se mantiene siempre como bastión entre la pareja. Además, la historia sumerge al espectador en los entresijos del diseño de moda exclusiva a través del personaje principal, inspirado en el modisto español Cristobal Balenciaga.
Nos encontramos ante la que puede ser la última película de Daniel Day-Lewis, ya que el actor ha anunciado su retirada tras este film. El que puede ser el mejor actor de los últimos 30 años, poseedor de 3 Oscar al mejor actor protagonista por las películas “Mi pie izquierdo” (“My left foot” 1989, Jim Sheridam), “Pozos de ambición” (“There will be blood” 2007, Paul Thomas Anderson) y “Lincoln” (2012, Steven Spielberg), da una nueva muestra de su sabiduría interpretativa y puede sumar perfectamente un cuarto Oscar a sus estanterías. A su lado la joven Vicky Krieps mantiene el tipo como puede, saliendo airosa en más escenas de las que se esperaba en un primer momento.
Un aspecto muy destacable del film es su música, compuesta expresamente para la película por parte de John Greenwood, la cual se convierte en un personaje más de la misma, destacando constantemente y acompañando a la perfección las excelentes imágenes que nos presenta Anderson en pantalla. Pero además, la selección de piezas de música clásica y jazz, realizada como es habitual por el propio director, es sencillamente magnífica, Todo ello hace que el disfrute del espectador se multiplique ante una película que va creciendo ante sus ojos, hasta desarrollarse plenamente en una parte final maravillosa.
Como ya adelanté, la labor de Paul Thomas Anderson como director vuelve a ser la piedra angular de la película. El control de la técnica cinematográfica, que ha demostrado desde los inicios de su carrera, es algo que se ha convertido en su marca de fábrica y una de las muchas razones por las que admiro su trabajo, desde aquella “Boogie nights” (1997) que me dejó en la sala de cine con la boca abierta, hace ya 20 años. Travellings circulares, contrapicados en ángulos inusuales, primerísimos planos y planos secuencia en los que la cámara se mueve con una ligereza exquisita, como si de una modelo se tratase, son sólo algunas de los retales con las que Anderson construye su pieza cinematográfica.
En resumen, se trata de un film excelente, no apto para todos los paladares, pero de una calidad irrefutable. Paul Thomas Anderson ha vuelto a demostrar, con su octavo largometraje, que es el mejor director de su generación y con el que me ha vuelto a cautivar, igual que hace 20 años.
Gabriel Menéndez Piñera
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