Voy a empezar con una frase categórica: cuando Steven Spielberg se pone serio es uno de los mejores directores del mundo. Es por ello que me pregunto por qué no se dedica por tiempo completo a dirigir este tipo de películas, en vez de insistir cada dos por tres en esas películas juveniles que tanto le gustan. En “Los archivos del Pentágono” (“The Post”, 2017) vuelve a dar muestra de su saber hacer como director de cine, como narrador de historias verídicas en clave política y como baluarte de un cine clásico, cristalino y necesario.
En 1971 el New York Times saca a la luz pública un informe en el que se revelan actitudes poco honorables del gobierno estadounidense en los últimos 16 años, lo que provoca que un juez federal decrete la prohibición de seguir sacando dicho material. Mientras tanto en el Washington Post su propietaria Katherine Graham (Meryl Streep) y su director Ben Bradlee (Tom Hanks) se enfrentan a un terrible dilema: publicar ellos también los documentos secretos arriesgándose a la desaparición del periódico, recién salido a bolsa, o ser prudentes y acatar la decisión del juez con el perjuicio correspondiente a la Primera enmienda de la Constitución Americana.
Es “Los papeles del Pentágono” una película con muchos aspectos a destacar y todos ellos positivos. Uno de ellos es el guión firmado por Liz Hannah y Josh Singe, el cual retrata la lucha de dos personajes muy distintos, pero con algo en común: creen en lo que hacen y encima les apasiona. El personaje de Meryl Streep es el de una mujer en territorio de hombres, los cuales la menosprecian o, como mucho, la toleran. Por ello, debe esforzarse continuamente en hacer lo correcto porque sabe que al mínimo traspiés se le echarán encima como lobos. Por otro lado el personaje de Tom Hanks es el de un hombre en territorio de hombres, sabe como tratarlos y su osadía es sólo comparable a su imprudencia. Juntos deben enfrentarse a un dilema que puede marcar el resto de sus vidas para bien o para mal.
Decir que Meryl Streep y Tom hanks son dos grandes actores es un redundancia, pero hay que volver a decirlo. La naturalidad de Meryl Streep a la hora de ejecutar este papel es, de nuevo, abrumadora. Hace que parezca tan fácil actuar como abrir una lata de bonito. Mientras tanto, Tom Hanks hace lo que mejor sabe hacer, crear una empatía monumental entre su personaje y el espectador. La rudeza, simpatía, profesionalidad y honestidad que imprime a su director del Post, hace que se convierta en ese jefe que todos suspiramos por haber tenido una sola vez en nuestras vidas.
Sin embargo es Spielberg el que se lleva el premio gordo de mis elogios, ya que su trabajo es poco menos que perfecto. El director norteamericano consigue crear un interés inaudito en el espectador sobre una trama que ya sabe como va a acabar, pero que le mantiene en vilo a través de un uso inteligente de los recursos cinematográficos y de un ritmo que va creciendo paulatinamente hasta llegar a un nivel casi frenético.
Otro acierto es la puesta en escena, la cual varía continuamente y siempre con la cámara colocada en sitios estratégicos. Spielberg alterna los planos secuencia con primeros planos picados o contrapicados, los cuales aumentan la tensión de una trama ejecutada de forma magistral. Todo ello se apoya en un montaje ágil, que dinamiza las escenas con largos diálogos entre los personajes, buscando siempre que la película no se haga farragosa para el espectador moderno, mucho más acostumbrado a otro tipo de películas.
Uno de los aspectos más trabajados de este film es la ambientación. No sólo de los decorados y objetos que aparecen en el mismo, si no también (y sobre todo) de los interpretes que aparecen en la pantalla. Hasta el último extra que aparece medio segundo en la película parece alguien nacido en los años 40 (o antes) del pasado siglo apoyado, claro está, en un excelente trabajo de vestuario, peluquería y maquillaje.
El personaje de Meryl Streep, el más complicado de la película, es aprovechado por Spielberg para hacer un alegato feminista sobre la necesidad de que haya mujeres dirigentes en la sociedad moderna, algo casi inaudito en aquel año 1971. La sutilidad con que el personaje de Meryl Streep va creciendo sobre sí misma a lo largo del metraje, nos lleva hacia un punto en el que su actitud en el final del film, se puede tomar casi como un acto de rebeldía ante el patriarcado, que como un convencimiento real de la decisión que toma.
En definitiva, se trata de una película entretenida, con muchísima calidad en su interior y que desmitifica la política estadounidense del siglo XX (aunque parezca mentira, todavía es algo necesario). Así mismo es de esas obras que te dejan con la sensación de que has estado perdiendo el tiempo toda tu vida y que necesitas sacar de tu interior ese talento que todo el mundo tiene para alguna cosa en particular. Una película que estoy seguro va a ganar enteros con el paso del tiempo y que es, desde ya, una de las mejores cintas de periodismo de la historia del cine.
Gabriel Menéndez Piñera
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