Me resulta difícil valorar hasta que punto me ha gustado o no “La forma del agua” (“The shape of water”), la última película de Guillermo del Toro. Teniendo muchos aspectos positivos y de gran calado, posee también unas cuantas características que me echan para atrás a la hora de usar adjetivos grandilocuentes en su valoración. Se trata de una película con mucha verdad en sus personajes, pero que, en mi opinión, el excesivo tratamiento digital de las imágenes le quita sensibilidad a una obra que pedía un tratamiento visual diferente.
Elisa Esposito (Sally Hawkins), es limpiadora en un laboratorio ultra secreto americano durante la guerra fría y una persona solitaria, debido en gran parte a su incapacidad para hablar. Sus amigos se reducen a su vecino Giles (Richard Jenkins) y a su compañera de trabajo Zelda (Octavia Spencer). Un día se les encarga limpiar una zona del laboratorio donde tienen encerrada a una extraña criatura anfibia, mitad hombre, mitad pez. Desde el primer contacto, Elisa siente una especial afinidad con ese ser diferente, con el que intentará comunicarse.
Sin duda el mayor valor del film es su sensibilidad, la manera en que retrata a varios personajes marcados por no pertenecer a la mayoría imperante es sensacional y refleja esa triste realidad a través de una fábula bitonal. Estos personajes, que parecen vivir en un mundo alternativo dentro del nuestro, empatizan rapidamente con el espectador al que introducen en su manera de vivir una vida, que no les da lo que se merecen.
Personajes que están interpretados de forma maravillosa por un plantel de actores y actrices descomunal. Empezando por la protagonista a la que da vida de forma espectacular Sally Hawkins, la cual está acompañada por una lista de secundarios impecable. Octavia Spencer, Richard jenkins, Michael Shannon y Michael Stuhlbarg conforman un reparto de campanillas y suman bastante a la valoración general del film.
La película es una apología de lo diferente, de lo que nos asusta por desconocimiento. Así mismo es un homenaje al cine musical clásico (otro más), como creador de mundos perfectos en la pantalla del cine. Mundos que hacían olvidar al espectador la tristeza de sus vidas durante un par de horas. Por supuesto también es un reconocimiento a aquella maravillosa película de la Universal titulada “La mujer y el monstruo” (“Creature from the black lagoon” 1954, Jack Arnold) que marcó a tantos y tantos cineastas de la actualidad.
Otro de los aspectos positivos de “La forma del agua” es la mezcla entre fantasía y realidad, que nos recuerda (y mucho) en ese aspecto al guión de “El laberinto del fauno” (2006, Guillermo del Toro). El retrato de la soledad, de la discriminación que sufren las personas diferentes, contrasta poderosamente con una historia que se mueve entre la fantasía, el terror universialiano y las películas de extraterrestres de los años 50. Sin embargo este mismo guión posee algún que otro detalle chirriante, como por ejemplo que la criatura esté en una sala en la que no hay ningún policía militar custodiándola, lo cual hace que Elisa pueda empezar a relacionarse con la criatura.
La labor de Guillermo del Toro como director de la cinta es notable, consiguiendo un discurrir fluido de las escenas. Para ello se apoya en una puesta en escena variada aunque ligeramente grandilocuente y en un montaje que aligera notablemente el ritmo de una película que no tiene excesiva prisa en ir avanzando, aunque en ningún momento se hace pesada, más bien lo contrario.
Sin embargo, como ya he dicho, creo que el excesivo tratamiento digital de las imágenes, en especial en las escenas de exterior, no le viene bien a esta historia de carácter más bien intimista. Aunque se trate de un cuento, de una fábula, el tono negro, creciente a lo largo del metraje, choca enormemente con una paleta visual que refleja cualquier cosa excepto la realidad de una historia que pulula por esos caminos de espías y callejones oscuros. Esta tendencia a lo negro en una historia fantástica me recordó a una película que en teoría no tiene nada que ver con ésta, pero que si lo pienso detenidamente tienen más cosas en común de lo que pudiera parecer. Me refiero a “¿Quién engañó a Roger Rabbitt?” (“Who framed Roger Rabbitt?” 1988, Robert Zemeckis), en la que, al igual que ésta, el protagonista tiene que ocultar a un personaje, al que otro muy malo que viste de negro persigue denodadamente.
En definitiva, se trata de una película de mucha calidad, con un tratamiento muy delicado de los personajes y que supone una nueva punta de lanza en la filmografía del director mejicano. Sin embargo no me parece que sea la mejor película de este año, ya que en el último mes he visto en pantalla grande tres películas bastante mejores que ésta que estoy comentando.
Gabriel Menéndez Piñera
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