Hablar de “Psicosis” (“Psycho” 1960, Alfred Hitchcock) es hablar de una pequeña gran parte de la historia del cine mundial por muchas y variadas razones. Una película rodada con un presupuesto muy bajo (800.000 $) y con un equipo procedente de la televisión, se convirtió en un fenómeno mundial el cual, en la actualidad, 60 años después de su estreno, continúa fascinando por igual a cinéfilos y público en general.
Marion Crane (Janet Leigh) es una joven secretaria que aspira a vivir con su amante (John Gavin), comercial de una pequeña localidad alejada de Phoenix donde ella vive. Por ello roba 40.000 € de su empresa y se dispone a huir en coche hasta el pueblo de su amante en un desesperado intento por alcanzar la felicidad. Casi llegando a su destino, ve interrumpido su viaje por una fuerte tormenta de lluvia que le obliga a hospedarse en el Motel Bates, un solitario establecimiento regentado por el joven Norman (Anthony Perkins) el cual vive en la casa adyacente, junto con su anciana madre. Hitchcock y, su guionista habitual, Joseph Stefano parten de una burda novela de terror escrita por Robert Bloch para, a partir de ahí, crear una sinfonía del horror cotidiano, el horror de la nueva Norteamérica. Esa, en la que mostrando un puritanismo exacerbado en su exterior, oculta vicios y defectos en el interior de cada persona. Así, Hitchcock no nos presenta a ningún personaje digno de admirar en este film, todos esconden secretos más o menos graves y, sobre todo, ocultan una infelicidad a la que todos (menos Marion) se resignan.
El genio británico recurre una vez más a su enorme talento visual para exponer de forma solapada esa visión desencantada de Norteamérica. Principalmente recurre al uso de espejos en los que los protagonistas se miran asomando siempre un gesto de decepción en su rostro. Este recurso llega a su apogeo en la escena al final de la película en la que Lila (Vera Miles) se sobresalta al creer ver algo extraño, que resulta ser su propia imagen en un gran y antiguo espejo.
Otro de los elementos visuales presentes en toda la película es el que hace referencia al corte. Desde los títulos de crédito, creados por Sául Bass y que a partir de una imagen horizontal son despedazados en pequeños trozos, hasta el último fotograma de la película, se hace referencia a algo que está roto o dividido en dos o más partes. La primera imagen de dos personajes nos muestra a Marion echada en la cama y su amante de pie, el Motel está compuesto por una casa vertical y por un bungalow horizontal, Así mismo la mente de los dos personajes principales está dividida en dos, para el que haya visto la película ya sabrá a qué me refiero respecto al personaje de Norman, mientras que Marion es una buena persona que hace algo malo como es robar, es decir que sucumbe a su lado oscuro para conseguir sus deseos.
Hasta ahora he conseguido evitarlos, pero a partir del siguiente párrafo no me queda más remedio que recurrir a “spoilers” para poder expresarme correctamente.
Esta doble personalidad también aparece en el espectador de forma continuada. Al principio no queremos que atrapen a Marion en su huida con el dinero a pesar de que sabemos que lo que ha hecho es denunciable. Posteriormente, cuando vemos a Norman limpiar la sangre de Marion tras su asesinato en la ducha (supuestamente ejecutado por su madre), simpatizamos con su trabajo meticuloso, incluso respiramos aliviados cuando, tras un pequeño titubeo, el coche de la víctima se sumerge en el pantano.
Ya desde el principio Hitchcock convierte en un mirón al espectador, alguien que ve cosas que no debería ver, pero que disfruta viéndolas, un concepto que ya había puesto en la mesa en “La ventana indiscreta” (“Rear window”, 1954). En la primera escena de “Psicosis” se parte de una visión general de la ciudad de Phoenix para poco a poco acercarse la cámara a un edificio en concreto, a una ventana en concreto, tras la que están los dos amantes, él con el torso desnudo y ella en sujetador. Sólo con esa escena, el director inglés sienta las bases de que el espectador va a ver algo a lo que no está acostumbrado.
Hitchcock juega con el espectador constantemente a lo largo del metraje. En un principio incide en la importancia del dinero robado, como si éste fuera la clave del argumento. Sin embargo, a partir del asesinato de Marion, desaparece por completo de la trama y el espectador pronto se olvida de lo que durante 40 minutos de película parecía algo fundamental en la misma. Así mismo, hay una escena que se hace larga y pesada, algo raro en el mago del suspense, pero que está hecha adrede de esa manera con un claro objetivo. Me refiero a aquella en la que Marion y Norman mantienen una larga conversación mientras ella cena frugalmente. En dicha escena se menciona varias veces a la señora Bates como alguien vivo y que mantiene su influencia en Norman. De esta forma Hitchcock introduce en la mente del espectador un personaje vivo, real y capaz de cualquier cosa por proteger a su hijo.
Otro de los aspectos que se remarca en “Psicosis” es el poder castrador de la sociedad estadounidense basado en la familia y el dinero. El amante de Marion no puede casarse con ella, debido a las deudas que tiene a costa de su padre y a la pensión que tiene que pagar a su primera mujer. El rico tejano al que Marion roba el dinero asegura que el aleja a la desgracia con su dinero, el cual usa para que su hija sea feliz. Y por último tenemos a la señora Bates la cual ejerció una tremenda influencia en su hijo hasta el punto de convertirlo en un esquizofrénico con doble personalidad. Si a todos estos aspectos de los personajes les añadimos el componente sexual de su situación, tenemos una enorme coctelera en la que se pueden sacar infinitas teorías acerca de las personalidades de cada uno de ellos.
En definitiva, “Psicosis” es otra de esas obras maestras de Alfred Hitchcock que poseen muchas capas de lectura y que por lo tanto satisfacen el apetito de todo tipo de espectadores. No habrá nunca otra mente tan clara, perversa y cínica como la de este genio al que nunca se le homenajeará lo suficiente.
Gabriel Menéndez Piñera
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