Hay películas que por su larga duración, su ritmo pausado, la ausencia de detalles graciosos o su puesta en escena sobria, exigen al espectador un esfuerzo superior que el que se le pide en otras obras cinematográficas. En el caso de “Drive my car” (2021, Ryûsuke Hamaguchi) este esfuerzo se ve largamente recompensado, ya que al acabar la proyección tienes la sensación de que, cosa rara en el cine de hoy, te han tratado como una persona culta y sensible, capaz de digerir y disfrutar de todo lo bueno que te han ofrecido en esta maravilloso film. Una obra plena de detalles que consigue elevar tu espíritu y hacer que recuperes la fe en la capacidad del ser humano para hacer emocionar a los demás a través del arte.
Yusuke Kafuku (Hidetoshi Nishijima) es un actor y director teatral, casado con Oto (Reika Kirishima), guionista de televisión y con un don especial para inventarse historias durante las relaciones sexuales con su marido. Tras un desgraciado suceso personal (el cual no es el primero que sufre), Yusuke accede a montar una versión de la obra “Tío Vania” de Chejov en un Festival de Teatro en Hiroshima. Allí se le asigna como chófer a Misaki (Toko Miura), la cual al igual que Yusuke lleva tiempo sufriendo en silencio. Poco a poco las conversaciones entre ellos se harán más profundas y personales, lo que les hará enfrentarse a sus enterrados demonios.
“Drive my car” parte de una historia del reconocido escritor Haruki Murakami, con la que el propio director Ryûsuke Hamaguchi junto con Takamasa Oe han cocinado un manjar exquisito. Un trabajo pleno de diálogos sensacionales en los que los personajes van avanzando desde el silencio que el dolor les impone, hasta una sucesión de escenas plenas de sensibilidad en las que se sumergen en la personalidad del otro y en la suya propia.
Las tres horas de duración del film son absolutamente necesarias en el mismo, ya que la historia y el tratamiento de la misma precisa que todo se vaya cocinando a fuego lento. Es necesario a su vez que el tiempo vaya pasando delante de nuestros ojos, a la vez que esas carreteras por las que circulan los protagonistas y que la relación entre ellos evolucione lo suficiente para llegar a un final, en el que muchos de los detalles que se nos han ido mostrando, queden encajados a la perfección.
La película se apoya de manera considerable en los excelentes trabajos de todos sus intérpretes, teniendo mención especial, la pareja protagonista. Pero no son los únicos, ya que las dos jóvenes actrices que interpretan a dos de las participantes en el reparto de “Tío Vania”, realizan también una gran labor, dando lugar a una de las escenas más memorables del film.
Ryûsuke Hamaguchi usa una puesta en escena bastante estática y pausada, dejando mucho protagonismo a sus intérpretes a la hora de llevar el ritmo de la película. Su labor en el aspecto visual es menos llamativo de lo que cabría esperar, aunque las tomas aéreas del automóvil circulando por las ciudades son de carácter preciosista, aunque éstas son más puntuales que recurrentes, debido a la sobriedad imperante en la película.
“Drive my car” nos recuerda tanto a Douglas Sirk como a Almodóvar, no en el aspecto visual, pero sí en la forma de retratar las relaciones, el duelo, la pérdida o la incomunicación. Todo ello tejido en una telaraña en la que el teatro de Chejov sirve de base y sustento, más que de juego de espejos con la vida real de los personajes. Una obra que circula despacio, acelerando cada vez más según se va desarrollando y que culmina en un tramo final en el que las emociones se muestran en su plenitud, sin perder el comedimiento presente en toda la película. Todo ello lleva al espectador en volandas hasta una majestuosa escena final, que ya forma parte de la historia del cine asiático.
Gabriel Menéndez Piñera
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