El cine carcelario es casi un género en sí mismo, aunque yo prefiero catalogarlo como un subgénero del cine negro más que del thriller, donde se le suele encasillar. Una de sus características, es la enorme calidad de un elevado tanto por ciento de las películas pertenecientes a este subgénero. Sería muy larga la lista de películas carcelarias que me apasionan, incluso alguna la incluiría entre las mejores de la historia del cine. En esta ocasión, es un cineasta español (Alberto Rodríguez), el que nos introduce en el día a día de los presos de la carcel Modelo de Barcelona en los años posteriores a la muerte de Franco.
“Modelo 77” es la historia sobre todo de Manuel (Miguel Herrán), un joven contable encarcelado por un desfalco y al que su propio compinche le hizo la cama, culpabilizándolo de lo sucedido. Eso supone que le caiga una sentencia desproporcionada, lo que unido a su carácter indomable hará que intente por todos los medios posibles acortar su condena.
Lo más destacable sin duda es la narrativa creada por Alberto Rodriguez y Alberto Cobos en el guión, así como el montaje realizado por Jose Manuel García Moyano. Los primeros originan una historia que a partir de lo particular (la historia de Manuel) realiza una radiografía histórica de la España de la transición política y como en los microcosmos carcelarios, se seguían sufriendo condenas y delitos juzgados por tribunales franquistas; así como un tratamiento por parte de los funcionarios hacia los presos, más propio de una dictadura salvaje, que de un país democrático. Una historia trepidante, que engancha desde el primer minuto y que mantiene un ritmo constante durante las dos horas que dura el film. Un ritmo generado en gran parte por una narrativa excelente, en la que a pesar de la gran cantidad de personajes que van apareciendo y desapareciendo de la pantalla, siempre se mantiene una historia principal, sin olvidar ni despreciar las pequeñas historias que salpican la película.
Jose Manuel García Moyano, responsable del montaje de “Modelo 77”, es otro de los responsables de la alta calidad de la misma. Alternando escenas con gran número de cortes, con otras en las que los planos se alargan en su justa medida, lo que ayuda en gran manera a que, ni la atención del espectador, ni el ritmo de la historia, decaiga en algún momento.
Respecto a los intérpretes, sólo caben elogios a la mayoría de ellos. Empezando por un Miguel Herrán que confirma en esta película, lo que ya dejó atisbar en 2015 con su debut en “A cambio de nada” (Daniel Guzmán), que es una estrella y un gran actor. A su lado, Javier Gutierrez (Pino en la película) crea un personaje de vuelta de todo, a la que la vida no le ha regalado nada y le ha quitado casi todo, en especial su libertad. Un remarcable ejercicio de contención por parte de uno de nuestros actores más valorados por público y crítica. Finalmente no puedo dejar de mencionar a Fernado Tejero, el cual en un pequeño papel, realiza una labor excepcional, la cual me recuerda a aquellos clásicos secundarios de nuestro cine, estancados en papeles cómicos en los años 50 y 60, pero que cuando, en años posteriores, se les dio la oportunidad de demostrar su vena dramática, sorprendieron a más de uno.
No es ésta la película con más recursos visuales de Alberto Rodríguez, se nota que su inspiración ha sido la que, en mi opinión, es la mejor película del género. Estoy hablando de “La evasión” (“Le trou” 1960, Jacques Becker), realismo y sobriedad en estado máximo, y una de las mejores películas de la historia del cine. https://historiasdelceluloide.elcomercio.es/2013/03/la-evasion.html
Por ello, el cineasta andaluz renuncia casi por completo al virtuosismo de cámara y se recoge en un estilo casi minimalista, en el que destacan, por primera vez en su filmografía, los sentimientos frente a la técnica. Además, creo entrever una intención didáctica en este estilo sobrio y directo, intentando que el espectador pueda absorver todos los detalles de la historia que se nos cuenta, así como las sensaciones y sentimientos de los personajes encerrados en la carcel que da título al film.
No es únicamente el estilo lo que me hace ver una influencia directa de la película de Becquer de 1960, si no que hay unos cuantos detalles que homenajean esta gran obra cinematográfica. El cepillo de dientes usado como visor para poder ver lo que pasa fuera de la celda, el uso de un ruido externo que tape el sonido de la construcción del túnel y, sobre todo, el hecho de que en ambas películas no haya una sóla escena en la que los protagonistas no estén presentes, es decir, el espectador ve lo que ellos ven en todo momento y comparten la misma información que los presos sobre lo que sucede fuera de su radio de acción.
En definitiva, estamos ante una película que no cambiará los libros de historia de nuestro cine, pero que es un gran ejemplo de narrativa, montaje y construcción de una buena historia a partir de hechos reales. Entretiene lo suficiente como para gustar al espectador ocasional y tiene calidad de sobra para contentar al cinéfilo empedernido. Una buena ocasión para volver al cine y, de esta manera, recordar que las películas se deberían ver en pantallas lo más grandes posibles.
Gabriel Menéndez Piñera
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