En un festival como el FICX no pueden faltar unas cuantas películas de corte eminentemente social y es algo que aplaudo sobre todo si, como es el caso, forman parte de las proyecciones previstas para escolares. En esta ocasión la película de la que voy a hablar, “La historia de Souleymane” (2024, Boris Loujkine) participa, tanto en la Sección Oficial Albar, como en la sección Enfants terribles y vaticino que algún premio se llevará en una u otra sección.
Souleymane (Abou Sangare) es un joven guineano recién llegado a París de forma ilegal y que trabaja como repartidor de comida en bicicleta. En un par de días tiene el examen para solicitar asilo como refugiado político, con una historia prefabricada y con la que Souleymane no se siente a gusto, ni es capaz de memorizar.
Si tuviera que definir esta película con una sola palabra, ésta sería fascinante, aunque también se la puede calificar como necesaria, hermosa o impactante. Los que me conocen saben que no me suele gustar el cine que se basa en acompañar todo el tiempo a un mismo personaje con la cámara como si fuera su sombra, dejando así de lado otros muchos aspectos cinematográficos. Sin embargo Boris Loujkine ha conseguido una obra con un ritmo tan vivaz y enérgico como su protagonista, donde todo sucede con la justa premura y donde la variedad de sucesos y personajes conforman un todo de una calidad suprema.
Uno de los principales causantes de todos estos elogios es su actor principal Abou Sangare, en el que puede ser el debut actoral más impactante en el cine francés (y podría casi extenderlo a toda Europa) de los últimos 10 años y por el que está nominado en los premios del cine Europeo (y supongo y espero que no sea la única nominación que consiga en los próximos meses).
Otro acierto fundamental es el majestuoso uso de la cámara, la cual sigue en todo momento a Souleymane, incluyendo sus traslados en bicicleta por la ciudad, todo ello de una manera muy fluida, sin movimientos bruscos, ni agobiar al espectador con primeros planos excesivamente cercanos.
Considero un total acierto el mostrar una sociedad francesa formada por autóctonos y migrantes, donde hay buenos, malos y regulares en ambos lados de la cancha. En este momento a nivel mundial, donde la polarización es absoluta, es más que necesario recordarle a la gente que ni unos son los buenos ni otros son los malos.
Pero además la película tiene duende, engancha al espectador por las solapas y no lo suelta hasta llegar a un final abierto, pero que presumo esperanzador debido a la luz solar que alcanza el rostro de Souleymane en esa última toma final.
No se pierdan “La historia de Souleymane”, lleven a sus amigos, a sus hijos, a sus cuñados (je, je) y cuando acaben de verla, recuerden que esa es la historia de miles de personas en toda Europa, la de esos que nos cruzamos con ellos por la calle, o nos “molestan” con sus collares y pulseras cuando estamos en una terraza. Se puede (y debe) volver a ver hoy martes a las 17.00 horas en el Teatro Jovellanos, mañana miércoles a las 19.45 en Gijón Sur, y el jueves alas 9,40 en La Laboral (pase para escolares).
Gabriel Menéndez Piñera
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