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Testigo de cargo

 

Testigo_de_cargo_-_Witness_for_the_Prosecution1957_esp

El mecanismo que selecciona los recuerdos infantiles que van a quedar grabados en nuestra memoria es caprichoso cuando menos. Hay recuerdos de mi infancia que son meras anécdotas diarias sin importancia pero que no se van ni rascando. Uno de ellos tiene que ver con la primera vez que vi en televisión la película “Testigo de cargo” (“Witness for prosecution” 1957, Billy Wilder). Me acuerdo de tres cosas especialmente, de mi padre diciéndonos a mi hermano y a mi ese día, tras leer el periódico, que teníamos que ver esa película todos juntos; de las carcajadas de mi padre con las salidas de tono del personaje interpretado por Charles Laughton (unas salidas de tono muy parecidas a las que tiene él cuando está de humor para ello) y, sobre todo, me acuerdo de la escena final de la película, sin duda uno de los mejores giros sorpresa de la historia del cine, copiado posteriormente hasta el hartazgo.

El argumento es el siguiente: Leonard Vole (Tyrone Power) acude al despacho del abogado Wilfrid Roberts (Charles Laughton) ya que se le ha acusado del asesinato de una rica anciana amiga suya. A pesar de su delicado estado de salud tras un infarto y de que las pruebas contra Leonard son bastante claras, el abogado acepta el caso contando con la coartada del acusado, la cual  debe ser  confirmada por su esposa (Marlene Dietrich).

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Como siempre Wilder no sólo dirige, si no que también se encarga de escribir el guión, en esta ocasión en colaboración con Harry Kurnitz y tomando como base un relato corto de Agatha Christie de poco más de veinte páginas. En este film Billy Wilder acude a la mezcla de géneros como forma de mantener la atención del espectador en todo momento. Así, el drama judicial y la tensión del thriller se ven constantemente suavizados por las dosis de comedia que nos proporciona el personaje de Charles Laughton en constante pelea con su enfermera en la trama, y esposa en la vida real, Elsa Lanchester (sí, la famosa novia de Frankenstein).

Wilder deja muestra de su talento, no sólo en los afilados diálogos presentes a lo largo del metraje, si no también en una puesta en escena sólida y que, en algunos momentos, nos recuerda a ese Wilder “negro” de películas como “Perdición ” (“Double indenmity”, 1944), “Dias sin huella” (“The lost weekend”, 1945), “El crepúsculo de los dioses” (“Sunset Boulevard”, 1950) o “El gran carnaval” (“Ace in the hole”, 1951). Escenas en las que las sombras ganan la pelea a la luz de los focos y en los que los personajes se muestran difuminados en la penumbra. Estos escasos momentos llaman más la atención en comparación con la clara iluminación de las escenas en casa del abogado y en el juicio.

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La película engancha al espectador desde el primer momento, ya que va generando progresivamente diversos puntos de interés para el espectador ¿Mató el personaje de Tyrone Power a la anciana?. ¿Sufrirá el abogado otro infarto debido a la tensión del juicio?. ¿Cuáles son los motivos del comportamiento de la esposa del acusado?. Todo ello hace que te quedes pegado al sofá durante toda la película, ya que no hay un sólo minuto en todo el metraje de la misma que de opción al espectador a aburrirse, como siempre quiso Billy Wilder que fueran sus películas.

Mención aparte merecen los intérpretes de esta maravillosa película. Tyrone Power hace sin duda su mejor trabajo en el papel del acusado, un personaje un tanto desastre al que todo de repente se le viene encima. Marlene Dietrich está fabulosa en su papel de esposa extranjera, fría y calculadora, siendo homenajeada por Wilder en las dos escenas en las que la actriz alemana tiene ocasión de mostrar sus extraordinarias piernas. Sin embargo el papel bombón de la película es el que interpreta Charles Laughton, el cual aprovecha cada línea de guión que le escribe Wilder para dar una lección de como ir creando un personaje a lo largo de la película, un personaje que llegue al espectador de forma plena.

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Para rematar el apartado actoral tenemos a dos mujeres Elsa Lanchester y Una O´Connor, que ya habían trabajado juntas veinte años atrás en “La novia de Frankenstein” (“The bride of Frankenstein” 1935, James Whale) y que se convierten en auténticas roba escenas en sus intervenciones de carácter cómico.

En definitiva, se trata de un claro exponente del mejor cine clásico realizado en Hollywood durante los años 50, una muestra más de que directores (y guionistas) como Billy Wilder son irrepetibles y una de las muchas causas por las que prefiero ver una película en blanco y negro de hace más de medio siglo que una actual en 3D. Ya lo expresa perfectamente el cartel hecho en España para esta película y que preside esta crítica: “Sólo una vez cada 50 años se hace un film como éste”.

Gabriel Menéndez Piñera

 

 

 

 

 

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